El grupo de Mujeres Unidas y Activas levanta la voz para empoderar a la comunidad y eliminar la violencia familiar.
Por JACQUELINE GUZMÁN
EL NUEVO SOL
Miranda (nombre ficticio para proteger su identidad) es una mujer de 39 años que aún llora cuando recuerda el momento en que estuvo a punto de morir a manos del que una vez pensó era el hombre que más amaba.
“Sacó la pistola y me dijo: ‘¿Cómo que vienes embarazada? ¡Ese hijo no es mío!’ Sólo rezaba porque ya sabía lo que me iba a pasar. Iba embarazada, golpeada y amarrada. Cuando llegamos a un terreno solo, me bajó de la camioneta y me dijo: ‘hoy te vas a morir’. Me hinqué y le rogaba que no me matara, que mi bebé era de él. No me creía, y me seguía pegando. Después me dijo: ‘Te voy a dar la oportunidad de que corras por tu vida. Corre y si ni un balazo te pega, yo te voy a dejar vivir. Pero si te llega a caer un balazo, en cuanto tu caigas ahí te voy a rematar’. Y me hizo que corriera y me empezó a disparar y me pegó un balazo atrás de mi rodilla y yo seguía corriendo. Cuando siento un balazo en el otro pie, sentí muy caliente, me aterroricé mucho, pero yo seguía caminando. Poco después, sentí el [balazo] de la espalda y ya no supe nada de mi”.
Desde pequeña, Miranda vivió violencia doméstica con sus padres y, harta de tantos golpes que recibía su madre, decidió casarse con un trailero a la edad de 17 años.
“Cuando me casé”, recuerda Miranda, “El me llevó a vivir a Sinaloa. Todo era bien bonito, pero después me ofendía y me insultaba. Quería que yo fuera como una prostituta en la cama, y yo no quería y él me golpeaba”.
Debido a esto, la relación se fue deteriorando. “Un día llegué a mi casa y lo encontré con mi prima en mi cama, y yo no supe qué hacer y me fui con mi hijo en brazos a mi casa en Michoacán [con] mis papás”, dice Miranda.
Pocos días después, se dio cuenta de que estaba embarazada de su segundo hijo. Sus padres, al enterarse, la corrieron de la casa y, con vergüenza y dolor, tuvo que regresar con su verdugo.
“Venimos de una cultura donde si estás casada por la iglesia, es pecado si dejas a tu esposo, donde tu familia no te lo permite porque vas a ser de lo peor, porque ya lo que quieres es andar de facilita o de prostituta”, dice Juana Flores, co-directora de Mujeres Unidas y Activas (MUA), una organización de mujeres latinas inmigrantes con oficinas en San Francisco y Oakland y que tiene una doble misión: la transformación personal y el activismo político.
“La sociedad, la religión y la familia, todo mundo tiene mucho que ver en las decisiones de las mujeres maltratadas”, agrega Flores, quien menciona que a MUA llegan mujeres terriblemente afectadas física y emocionalmente.
Existen diferentes factores en la comunidad latina, en donde a las mujeres se les presiona a seguir con sus parejas a pesar del maltrato. Algunas de las principales razones son: el miedo a quedarse sola, la falta de trabajo y dinero, y la falta de vivienda, según el informe “Ecos del Silencio: Levantando Nuestra Voz”, publicado por MUA.
“Después de tantos años que te estén repitiendo que eres inútil, tonta, que no sirves para nada, yo sentía que no era capaz de hacer algo productivo, algo bueno”, menciona Sofía (nombre ficticio por seguridad), una mujer de 35 años, miembro de MUA y sobreviviente de la violencia doméstica: “Entonces, siempre creí que sola y sin él no iba a poder, porque él siempre me lo dijo: ‘tú no eres nada sin mí’”.
Después que sus padres murieron, Sofía decidió emigrar de la ciudad de México a Estados Unidos a la edad de 17 años. Por la soledad y el desconocimiento del país, Sofía se fue a vivir con su novio, al que sólo conocía por tres meses.
“Él fue cambiando cuando salí embarazada”, dice Sofía, “Me llevó al hospital a que me hicieran un aborto. Después, se fue a México y me quede sola”.
Sofía recuerda que a los seis meses él regresó y volvieron a vivir juntos. Sofía pensaba que no tenía a nadie en el mundo más que a él. Poco después, volvió a salir embarazada: “Entonces, él me llegó a ver todos los defectos. Me decía: ‘Estás gorda, estás fea, ¿Quién te va a querer?’, Era peor el abuso emocional que el físico”.
El novio le decía a Sofía que le daba vergüenza que sus amigos la conocieran. “Negó a su hija [menor] por tres años con su familia. A él no le importaba que yo tenía que trabajar embarazada y pagar renta y deudas”, dice Sofía, quien tuvo tres hijas con su verdugo.
La experiencia de Sofía es típica de muchas mujeres inmigrantes. Un estudio publicado en el Georgetown Journal of Poverty Law and Policy en el año 2000 indicó que 48 por ciento de las latinas inmigrantes reportaron que el maltrato de parte de su pareja se había incrementado desde que emigraron a Estados Unidos.
Debido al alto índice de violencia doméstica contra las mujeres inmigrantes, diferentes organizaciones se están uniendo para ayudar en la prevención y asesoramiento.
“Hemos tenido varios proyectos en donde hemos fomentado el liderazgo de mujeres sobrevivientes para que ellas ayuden a su comunidad”, dice Mónica Arenas, especialista de programas en la Fundación para la Prevención de Violencia Familiar (FVPF por sus siglas en inglés). Con estos programas se espera fomentar el autoestima de estas mujeres, “Y al trabajar con la comunidad de mujeres sobrevivientes, esto nos ayuda a cambiar leyes en el gobierno como la visa U”. (Ver pág. 6A y 7A sobre la visa U y VAWA).
Muchas veces cuando la mujer pide ayuda es por que ya está al borde, está cansada de toda la violencia que ha vivido”, menciona Arenas, “Otras veces no se da cuenta que está sufriendo violencia sicológica o verbal, pero ellas piensan que eso es normal”.
Para saber cuál es el problema de las mujeres que llegan a MUA, la organización entrena a miembros para saber cómo recibir a una víctima de violencia doméstica y cómo ayudarla. En MUA, los servicios más utilizados son los de terapia y grupo de ayuda.
“A las mujeres, que si lo deja [a su pareja] o no lo deja siempre, les decimos: ‘aquí está el apoyo’”, dice Flores, “usted no se sienta con vergüenza de que vino y nos dijo y se separó y volvió con él, o que vino y no hizo nada, por que creemos que podemos seguir dándoles apoyo a lo que vaya necesitando cada día. Aquí estamos para apoyarla, no la vamos a juzgar”.
A MUA se acercan cientos de mujeres como Miranda y Sofía que se sienten con la completa confianza de poder desahogar sus problemas y se dan cuenta que no están solas.
“[Tengo] diez años en MUA y para mí es parte de mi vida esta organización. Es como algo que le hacia falta a mi vida”, dice Miranda, “He sanado mucho mi persona. Mi alma y mi corazón siguen igual pero yo he aprendido a vivir con esto. Todas las mujeres de ahí las considero como algo mío, a todas las quiero mucho”.
Por su parte Sofía ha comenzado a trabajar con MUA y ha sido miembro por seis años. “Me siento como una paloma o una mariposa, libre”, dice, “Ahora me siento libre porque he aprendido a mejorar como mamá y como ser humano y como mujer, para ayudar a que otras mujeres tengan las mismas oportunidades que tuve yo aquí”.
Tags: Edyth Boone eera Desai Famiily Violence Prevention Fund Irene Pérez Jacqueline Guzmán Juana Alicia latinas Marina Sandoval Méonica Arenas Miranda Bergman mujeres mujeres inmigrantes Mujeres Unidas y Activas Susan Cervantes Violencia doméstica Women's Building Yvonne Littleton