Desde los archivos:
Así como La Llorona está condenada a andar por la tierra cada noche buscando a sus hijos para construir una nueva familia, ¿estaré yo destinado a algo parecido? La Llorona es la santa apropiada para mí y para otr@s lesbianas, bisexuales y transexuales chican@s, quienes están familiarizad@s con el estigma quemante del rechazo familiar, la culpa y el silencio. Ella vaga por el suroeste tratando de reconstruir su familia, como lo hice yo.
Por ESTUDIANTE DE CSUN
EL NUEVO SOL, 23 de mayo de 2007
Lo personal es político.
Carol Hanisch, ensayo publicado en 1970
Me metí a la botánica cerca de la esquina de Beverly y Vermont sin saber lo que me esperaba. Iba a ver a un santero, un sacerdote del sistema de creencias comúnmente llamado santería. Charlé brevemente con su esposa, una santera, hasta que él estuvo disponible. Me llamó por mi nombre y me asomé furtivamente a un pequeño cuarto en la parte de atrás. Cuando entré a ese espacio sagrado, el santero suspiró. Me dijo que me detuviera. Inmediatamente, me preguntó en español: “¿Eras muy cercano a tu abuela?” Le respondí: “sí”. Él preguntó: “¿cuánto tiempo hace que ha muerto?” Le contesté: “Dos años”. Él afirmó: “Su presencia a tu alrededor es muy fuerte. Casi puedo verla detrás de ti”. Luego comenzó a comunicarse con ella para asegurarle que no me haría daño. Por medio de la lectura de los caracoles, el santero afirmó que yo no necesitaba de Dios, que el espíritu de mi abuela sería siempre la única protección que necesitaría.
“Pero esto debe comenzar en El Paso, ese viaje a través de las ciudades de la noche. Debe comenzar en El Paso, Texas. Y comienza en el viento…”
John Rechy, City of Night
“Mamá A”, la llamaba. Un nombre simple para una extraordinaria mujer. Mi abuela materna. Mi protectora. Mi heroína. Fui su primer nieto y el reemplazo de mi abuelo, a quien había perdido dos años antes. Un soleado pero frío y ventoso día en Ysleta, Texas, caí extremadamente enfermo. Quienes están familiarizados con las tormentas de polvo del oeste de Texas, sabe que el viento expone tu carne y te corta hasta el alma. Mi madre me llevó corriendo al hospital: fui diagnosticado con leucemia. Los doctores fueron directos con mi madre: “No hay nada que podamos hacer. Hágalo sentirse cómodo hasta que muera”. Mi madre me llevó a la casa de mi abuela: una pequeña y confortable casa de adobe construida por mi abuelo hacía unas cuantas décadas y situada una milla al norte de la frontera. Iba a pasar mis últimas horas en el vientre del hogar de mi abuela. Mi madre le explicó la situación a Mamá A, y lloró hasta quedarse dormida. Mi abuela, sin embargo, no iba a abandonar a su primer nieto en manos de la muerte o de Dios. Así como sus numerosas hermanas, mi abuela estaba capacitada como curandera. Mientras mi madre dormía, mi abuela me curó. Lo que ella hizo de verdad sigue siendo un misterio, pero mi madre se despertó para encontrarme durmiendo placidamente en mi cuna. Ella pensó que me había estado yendo silenciosamente a la segunda fase de la existencia, pero mi abuela le aseguró que yo iba a estar bien. Escéptica pero con esperanzas (nadie se atreve a dudar del poder de mi abuela), mi madre corrió conmigo de nuevo al hospital. Los doctores estaban asombrados. No podían creer que yo era el mismo niño que se encontraba tendido en la antesala de la muerte temprano ese mismo día. No había signo de la enfermedad, y tampoco tuve un decaimiento. Sin embargo, treinta y cuatro años más tarde, La Muerte y Dios siguen compitiendo por mi alma, pero mamá A, incluso frente a La Muerte, se negaba a dar por vencida mi esencia corporal de esta existencia.
El deseo innatural es una contradicción de términos, puro sinsentido. El deseo es un impulso anatómico de las partes humanas más internas.
Thomas Cannon, Ancient and Modern Pederasty Investigated and Exemplified, publicado en 1749 y considerado el primer tratado de homosexualidad en inglés.
El Paso, Texas, 1978. Soy un chicano de cinco años. Camino en un cuarto vacío. La televisión está encendida y me intereso por el programa. Es un documental sobre la naciente comunidad homosexual en San Francisco. Me clavo en la televisión. No sé exactamente qué es lo que estoy viendo, pero me relaciono con ello de alguna manera. Veo dos hombres abrazándose, y de alguna forma sé que este es mi destino. Ni siquiera supe lo que era el sexo hasta los doce años, pero me di cuenta que no estaba destinado para el escenario tradicional de esposo/esposa. ¿Fue el programa de televisión lo que me hizo homosexual? La posibilidad es risible. Sin embargo, estoy absolutamente convencido que nací con mi orientación sexual y que yo opté por vivirla abiertamente. Mi viaje hacia la autoaceptación y amor propio como orgulloso homosexual chicano es largo, arduo, trágico y cómico. La aceptación y amor de mi familia ha tenido un alto precio, y sigue siendo condicional.
De la misma manera que a los judíos se les pide que no olviden el holocausto, le imploro a la gente gay que no se olviden de nuestro holocausto y de quién lo causó y por qué. Ronald Reagon ni siquiera dijo la palabra “sida” en público durante los primeros siete años de su reinado.
Larry Kramer
Salí del clóset en medio de la sala de la muerte de los homosexuales de los ochenta, la era de Reagan, cuando la crisis del VIH/sida estaba diezmando a la comunidad homosexual. Yo estaba en el octavo grado, e inscrito en el programa de confirmación de la iglesia católica. Durante una clase, saqué el coraje para cuestionar la rigidez de la iglesia católica hacia los homosexuales. Naturalmente, mi maestra de confirmación instruyó a la clase para que abrieran sus Biblias en el antiguo testamento, en Levítico, para ser exacto. Me ordenó que leyera el pasaje que dice que el hombre que vive con otro hombre como lo haría con una mujer era una abominación. Claro que ella no contextualizó el verso. Dijo que una persona homosexual que actúa sobre sus deseos “innaturales” será condenada al infierno. Su mirada nunca se alejó de la mía cuando dijo esto. Después de clase, la cuestioné en privado. Fui hacia ella directamente y ella reiteró mi destino si yo alguna vez actuaba sobre mis pecaminosos deseos. Cada noche por una semana, maldije a Dios por infundir este torturante y quemante deseo en mí. Lo único que podía pensar era tener algún contacto íntimo con otro hombre. Tampoco podía dejar de pensar en mi propia condena. Esa noche, después de mi clase de confirmación, traté de quitarme la vida por una cualidad innata que yo ni siquiera había practicado. Tenía catorce años. Después de tragarme casi una provisión completa de Xanax, claramente comencé a menguar. Mi deseo de vivir obligó a mi cuerpo a vomitar la potencia letal del narcótico. Nuevamente, maldije a Dios y a mi maestra de confirmación. A la mañana siguiente, me negué a asistir a otra clase. No le di ninguna razón a mi madre y tomé la decisión de quitarme esa culpa autoimpuesta.
Prefiero morir de pie, que vivir de rodillas.
Emiliano Zapata
Durante la preparatoria, Viví en las sombras, internalizando mi angustia sexual. Académicamente, conseguí altas calificaciones, y me gradué entre el cinco por ciento más sobresaliente de mi clase. También me gané una beca en una prestigiosa universidad en Texas. Durante este tumultuoso tiempo, las cuestiones sobre mi sexualidad resurgieron cuando forcé a mi madre a aceptar mi jotería; regresar a la vida de una sexualidad silenciada no era una opción. Viviría mi vida en mis propios términos o de plano no la viviría. Su respuesta a mi ultimátum, como era predecible, fue que yo no sería más su hijo o parte de su vida. Después de eso, estuve viviendo en las calles de El Paso. Comencé a prostituirme para satisfacer mis necesidades tangibles e intangibles. El dinero que recibí de incontables extraños era una manera barata de sustituir el amor y la aceptación. Anhelaba a mi familia. El tiempo que pasé durmiendo en callejones, bancas de parque, hoteles de mala muerte, fue una vida de infierno. Pero me siento orgulloso de no haber regresado al clóset, a pesar de que mi libertad sexual llegó con un extremadamente alto precio.
Las noches que deambulé las desoladas calles de El Paso, consideré seriamente sacrificarme por La Llorona, brincando a uno de los numerosos canales de la ciudad. Seguramente, ella me aceptaría. La Llorona sería el nuevo santo de mi devoción, el de los raros, los maricones, las marimachos y otros marginados. Desde que mi madre echó a su único hijo hacia las frías noches, La Llorona me envolvería en su rebozo, me confortaría, acariciaría mi pelo y me cantaría una canción de cuna mientras yo lloraba lleno de angustia.
¿Sería ella la que lloraba a través del viento aquel día que se suponía moriría aún siendo un bebé?
Así como La Llorona está condenada a andar por la tierra cada noche buscando a sus hijos para construir una nueva familia, ¿estaré yo destinado a algo parecido? La Llorona es la santa apropiada para mí y para otr@s lesbianas, bisexuales y transexuales chican@s, quienes están familiarizad@s con el estigma quemante del rechazo familiar, la culpa y el silencio. Ella vaga por el suroeste tratando de reconstruir su familia, como lo hice yo. La familia es una de las mayores creencias del chicanismo, una en el cual se basa nuestra identidad. Cuando nuestra familia nos rechaza por nuestra jotería, vagamos hacia un estado liminal en un intento por reconstruir nuestra identidad. Muchos años después, llegué a un momento de epifanía y concluí que el concepto de familia no es cuestión de sangre; este fue el primer paso en la reconstrucción de mi identidad. ¿Es esta la manera en que Juan Diego se sintió cuando presenció la aparición de la Virgen de Guadalupe?
No por coincidencia, el termino utilizado en el argot para un homosexual o lesbiana es “familia” La palabra es tanto singular como plural. Ell@s son “familia” equivale a que ell@s son rar@s. Él es “familia” equivale a que él es raro. Nosotros construimos nuestra nueva familia con el fin de ganarnos la aceptación total; incluso si no “salimos del clóset” Nuestras familias de sangre, seguido no hacen más que tolerarnos. Este estatus de mitad adentro y mitad afuera no es mejor que el clóset. Nuestras parejas se ven relegadas al término de “compañero de cuarto” o “amigo” y , frecuentemente, no son bienvenidos del todo. La homofobia nos daña por medio del silencio y la distancia emocional.
Muchas veces, mis “clientes” no querían usar condones y yo tenía que complacerles. Esas noches de alcohol y sexo son ahora una distorsionada y borracha falta de definición. Seguido despertaba en una cama extraña sin recordar los hechos de la noche anterior. Algunos viejos acomodados querían que fuera su “houseboy”, que es un código para hacer referencia a un esclavo sexual. Prefiero no recordar los detalles, pero cargo constantemente el recuerdo de aquel tiempo. Me convertí en seropositivo más tarde ese año, 1993. Cargaré por siempre la maricona letra escarlata “S”, (por VIH/sida) como parte de mi identidad. Respondí a la noticia con poca o nula emoción. Después, descendí a un orgiástico y bajo mundo de noches de borrachera y de citas anónimas. Descubrí las tiendas para adultos y los baños públicos; esta subcultura se convirtió simultáneamente en mi iglesia y mi opio. Cada noche, conducía mi propio ritual, y el misterioso poder de la transubstancialidad corría a través de mis venas. Conscientemente ofrecía mi comunión, y mis congregados, piadosa y entusiasmadamente la aceptaban.
Así como disfrutaba del placer físico que experimentaba, lo hacía motivado por la venganza. Nunca advertí a ninguno de mis compañeros sexuales sobre mi estado de salud. Era fácil racionalizarlo. Pensé que cualquiera que conscientemente tenía sexo sin protección en semejantes lugares, debería de hacerlo sabiendo los riesgos. Los baños públicos y los clubes de sexo se convirtieron en mi santuario por el rechazo de mi familia y mis futuras complicaciones de salud. No sabía cuánto tiempo más me quedaba y quería llevarme conmigo tanta gente como pudiera. Tuve encuentros sexuales con un sinnúmero de hombres, pero si mis parejas hubieran sido mujeres, ¿alguien habría cuestionado mi comportamiento? Más bien me habrían llamado mujeriego. Pero porque deseo a hombres, mis actos sexuales se categorizar como innuaturales, desviados.
El cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Concejo Pontífico de la Familia en el Vaticano pidió que los gobiernos alertaran a la gente a no usar condones.
Chioma Obinna, HIV/AIDS: Catholic Church in Condom Palaver.
Me motivaba también la venganza contra la iglesia católica. El incidente antes mencionado con mi maestra de confirmación dejó una indeleble marca de culpa y rabia sobre mí. Cada vez que tenía sexo anónimo al fondo de una tienda para adultos o en un baño público, sentía que parte de mi catolicismo se evaporaba. La mayor parte de los baños públicos tienen un “laberinto” o “cuarto oscuro”. Literalmente entras ateniéndote a los riesgos. Caminabas a través de un “cuarto oscuro”, y manos, lenguas, y otras partes corporales te envolvían en una sobrecarga de sensaciones. En esos momentos, comencé a comulgar con mi nuevo Dios, el del placer hedonístico. Mediciné mi dolor con alcohol y sexo sin sentido. No pensé ni en mí ni en la otra gente. Abusé de mí mismo de esa manera por cinco años.
No sentiré vergüenza otra vez. Ni me avergonzaré a mí misma
Gloria Anzaldúa, Borderlands/La Frontera: The New Mestiza
Desde esa profética noche de mi intento de suicidio, casi veinte años atrás, traté de seguir el testimonio de Anzaldúa y educar a l@s heterosexuales chican@s acerca del dolor que la homofobia y el heterosexualismo causan en l@s herman@s lesbianas, homosexuales, bisexuales y transexuales. Aunque sea dolorosa, tengo que contar mi historia, con el fin de remover el estigma que rodea el deseo del mismo sexo. Es imperativo tener un diálogo con nuestr@s herman@s heterosexuales en una edad temprana para tejer nuestras trenzas personales, nuestra jotería y nuestro chicanismo, de una manera saludable y positiva. El silencio y la lástima encontrada en nuestras familias son tan mortales como el virus que corre por mis venas.
Silencio = Muerte. Acción = Vida.
Lema de ACT UP!
No hay necesidad de “crear un espacio” para mí en la comunidad chicana; yo soy intrínsicamente parte de la comunidad. Ahora, exijo que mi gente vaya más allá de la mera tolerancia de nuestras vidas; una roncha es tolerada. Aunque sean incómodos mi sexualidad y mi estado de salud para la comunidad chicana heterosexual, es imperativo hablar del tema. Es literalmente una cuestión de vida o muerte. De acuerdo con el informe publicado por AIDS Project Los Ángeles (2004), “los hispanos representan el grupo más grande en Los Ángeles viviendo con sida hasta el 31 de julio del 2004”. La más grande de las categorías de contagio es la que tiene que ver con la relación sexual hombre con hombre. El silencio equivale verdaderamente a la muerte para la comunidad chicana homosexual.
El deseo es memoria.
Luis Alfaro, Everybody Has a Story: Who’s Listening?
Mi deseo innato me relega a un estatus menor, aunque esté o no “fuera del clóset”. Cuando viví en silencio mi sexualidad, estaba negando una parte substancial de mí mismo, al inventarme una falsa conciencia acerca de mi vida privada. Prevenir que la marca homosexual de “M” (maricón) fuera incrustada en mi misma existencia fue de una importancia extrema para proteger a mi familia de la vergüenza. La vergüenza familiar fue mi mayor motivación para mantenerme en el clóset el mayor tiempo posible; por lo tanto, forzándome a tener una doble vida, constantemente ocultando mi verdadero ser.
Muchas veces tuve que inventar historias acerca de mi “compañero de cuarto” e inventar respuestas a preguntas como: ¿Por qué no has encontrado a la persona indicada (del sexo opuesto)?” Vivir fuera del clóset con nuestras propias familias no es fácil. Mi pareja y yo maniobramos un paisaje volátil de odioso desprecio, condescendiente lástima y un doloroso silencio. Nosotros, los que también vivimos con VIH/sida, construimos otra pared entre nuestra sanidad emocional y la compasión condescendiente de nuestras familias. Mi familia, especialmente mi madre, ha estado esperando mi muerte por años. Sin embargo, le he negado el papel principal de madre sufrida. Puedo imaginarme una elaborada escena en el cementerio. Rodeado de mi familia entera, mi madre vestida de negro, su bella cara morena distorsionada por el maquillaje embarrado y horas de incesante sollozar. Ella interpreta el papel de mártir como ninguna actriz de Hollywood podría hacerlo. Cuando se llegue mi hora de regresar a mi madre original, mi histérica madre vestida de negro asaltará mi féretro, exigiendo ser bajada en la tumba con su único hijo. ¡Mírenme! ¡Mírenme! ¡Yo soy la madre sufrida! ¡He sufrido tanto por mi’jo! ¡Llévame a mí Dios¡ Mamá A y yo nos reiremos entre dientes de su teatralidad, y Yemayá, la diosa yoruba del océano a quien el santero adivinó como mi protectora orisha, provee una inesperada y fría brisa oceánica para mis otros dolientes, un alivio del calor abrazador del desierto. Miro hacia atrás y susurro a mi madre en el oído: “Ya no llores mamá. Estoy en casa”. Sus lágrimas comienzan a caer. La Llorona se despide y continúa con la búsqueda sisífica de sus hijos. Yo estoy envuelto en la energía mis diosas protectoras: Yemayá, Coatlicue, Tonatzin, La Virgen y, por supuesto, Mamá A. Después miro por última vez a mi familia (la biológica y la otra) antes de disiparme hacia lo desconocido, hacia el próximo ciclo de existencia.
Me llaman La Agrado, porque toda mi vida sólo he pretendido hacerle la vida agradable a los demás. Trabajaba en las calles, en los puentes, cerca del cementerio. Además de agradable, soy muy auténtica: rasgado de ojos, ochenta mil; silicona en labio, frente, pómulo, cadera y culo. El litro cuesta sesenta mil pesetas… así que a echar cuentas porque yo las he perdido. ¿Tetas? Dos, no soy un monstruo. Setenta cada una, pero éstas ya las tengo superamortizadas… Cuesta mucho ser auténtica, señora, y enesas cosas no hay que ser rácan, porque una es más auténtica cuanto más de parece a lo que soñó de sí misma.
Pedro Almodóvar, Todo sobre mi madre
Para poder construir una identidad saludable y positiva, he tenido que deshacerme de cualquier vergüenza persistente, esté, o no, nuestra familia incluida. Mis deseos, mis amores, mis actos sexuales, mis recuerdos, mi vida, nunca deben volver a ser una fuente de vergüenza o silencio. Reconocido este dilema, negocié intrincadamente mi identidad con el fin de entrelazar mi chicanismo y mi jotería en una trenza tejida bellamente, una que sea digna de la peluca más feroz de un travesti. ¡Zas!
¿Las flores se llevan al reino de la muerte?
¡Es cierto que nos vamos,
Es cierto que nos vamos!
¿A dónde vamos?
¿A dónde vamos?
¿Estamos los muertos ahí o todavía vivimos?
¿Existimos ahí otra vez?
Versos de un poema Náhuatl
La sangre ha sido siempre mi mortal enemigo. Mi propia sangre, mi familia biológica que me rechazó y las células que corren por mis venas, quieren borrar mi existencia, mi propio ser. ¿Dónde encaja Mamá A en todo esto? Bueno, ella adoptó a mi madre; por lo tanto, ella es parte de la familia que construí. A través de todo esto, logré sobrevivir pneumocystis carinii (la mortífera neumonía relacionada con el sida), los debilitantes efectos de mi tóxica medicina, mis ataques de depresión y culpa, mi recurrente alcoholismo y la despectiva compasión de mi familia. Un estudio reciente señala que las personas con VIH usualmente sobreviven 24 años con la enfermedad; he vivido hasta ahora 14 años con el virus. Me siento culpable porque tengo acceso a las medicinas que me salvan la vida y a las que millones de personas en otras partes del país y del mundo ansían tener. Me preocupa el hecho de que el porcentaje de seroconversión para homosexuales chican@s y latin@s, así como heterosexuales chican@s y latin@s sigue creciendo. Sin embargo, ya no me asusta la muerte. Su sombra se ha echado sobre mi alma desde mi nacimiento, pero he conseguido de vez en cuando robar destellos de la luz del sol. Inevitablemente, sé que mi cuerpo se va a cansar de nuestro baile, pero no estaré triste o arrepentido. Recientemente, uno de los miembros de mi familia construida me dijo que cuando mi espíritu se desprenda del cautiverio de mis limitaciones corporales, ella y mi otra familia construirán un altar para el Día de los Muertos. En esa ocasión, mientras mi espíritu es alimentado y comulga con mis seres queridos, yo sonreiré, tomaré la mano de Mamá A y me prepararé para el largo y arduo viaje de regreso hacia lo desconocido.
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