La Coalición Nacional en contra de la Violencia Doméstica (NCADV), estima que una de cada cuatro mujeres en Estados Unidos serán víctimas de violencia doméstica durante su vida.
Por VICTORIA LÓPEZ DE DIOS
EL NUEVO SOL
Todo ocurrió en cámara lenta, me tomó de los brazos y me empujó contra la pared. El impacto me hizo rebotar al piso y golpearme la cabeza. No pude reaccionar. Cuando regresé a la realidad, corrí hacia el baño en busca de refugio. La fuerza de sus brazos no me permitió cerrar la puerta. Por primera vez sentí lo que es el pánico. Entre el llanto y el miedo sentía que no podía respirar. Mi única reacción fue sentarme en forma de feto, detrás de la puerta. Él trató de confortarme y abrazarme, pero yo sentía miedo y no quería que me tocara de ninguna forma. Lo empujaba y le gritaba que me dejara sola.
Ese día me convertí en una estadística más, fui víctima de violencia de pareja o violencia doméstica. El hombre que decía querer compartir su vida con la mía, me lastimó.
Leyendo las cifras de la Coalición Nacional en contra de la Violencia Doméstica (NCADV), me di cuenta que me había convertido en una de cada cuatro mujeres en Estados Unidos que serán víctimas de violencia doméstica durante su vida. También fui una de los 1.3 millones de mujeres que han sido víctimas de asalto físico por parte de su compañero íntimos cada año. Pasé también a formar parte del 85% de las víctimas de violencia doméstica que son mujeres. Sin duda, también engrosé las filas de mujeres jóvenes, entre las edades de 20-24, que son las que corren más riesgo de ser víctimas de violencia de parte de su pareja. Y para rematar, pasé a formar parte de la mayoría de los casos de violencia doméstica que nunca son reportados a las autoridades.
Cuando chica, sabía que mi hermana era víctima de violencia doméstica. Yo no comprendía por qué ella insistía en quedarse en esa relación. Mi inexperiencia en ese tiempo me hacía decir que yo en esa situación rápidamente terminaría la relación, pero aprendí que es mucho más fácil decir que hacer las cosas.
La noche de el incidente, mis suegros tuvieron que intervenir. Después de una larga plática, dormí en casa de ellos y pensé que por la mañana las cosas cambiarían. Me sentí desorientada porque como adulta decidí vivir con mi pareja fuera de las tradiciones de mis padres y ahora como adulta tenía que enfrentar a las consecuencias. Decidí perdonarlo y regresar a casa. Pensé que yo más que nadie lo conocía mejor y que no había sido su intención. Me pidió disculpas y continuamos con nuestros planes futuros.
Los abusos tienen un ciclo, según la organización sin fines de lucro Helpguide. El abusador pide perdón y comienza a actuar con gestos cariñosos entre episodios, que dificultan el huir. Te hace creer que tú eres la única persona que los puede ayudar, que la relación va a mejorar, y que realmente te ama. Los peligros de quedarse son reales y pueden escalar a la muerte.
Varios meses después, al visitar a unos amigos, nos percatamos que ellos tenían tensión en su relación y decidimos hacer nuestra visita corta. En el camino regreso a casa, comenzamos a discutir sobre la relación de nuestros amigos. Al yo ir manejando, sentí un golpe fuerte en mi cara. El golpe hizo que lloraran mis ojos y frené el carro de golpe. Mi primer reacción fue reclamarle el porqué me golpeó, porque podríamos haber sufrido un accidente. Al minuto, sentí coraje y lo empujé fuera del coche para yo escapar. Mi escape fue manejar hacia el apartamento que compartíamos. Al llegar, caminé hacia el espejo y miré mi ojo hinchado y lleno de sangre. Pensé en llamar a la policía, pero yo no quería ser la mala. Me convencí que él no lo hizo intencionalmente porque yo sabía que él era tierno y me quería. Al mismo tiempo, sentí temor de lo que nuestro amigos y familiares pensarían si se dieran cuenta, ¡qué vergüenza!
Un mes antes de completar dos años de vivir juntos, por tercera y última vez, me volvió a golpear. En el alto de un semáforo en rojo, se bajó del auto y se fue caminando. Lo seguí a un estacionamiento y le dije que regresara al auto para podernos ir a casa.
Me gritó: “Eres una pendeja. Cuando regresemos a la casa, ¡agarras todas tus cosas y te me largas!”
Todo esto paso frente a una amiga que estaba en el auto. Al querer platicar con él, me bajé del auto y comenzamos a luchar frente a un restorán. Los carros pasaban y los clientes del restorán llamaron a las autoridades. Mi amiga lloraba histérica al presenciar la violencia. Ese día, lo dejé de querer y decidí defenderme y nada me importó. La reacción de mi amiga me hizo reflexionar y comprender la severidad de lo que me ocurría. Un mes después del incidente, decidí empacar todas mis pertenencias y no volver atrás.
He tomado esta experiencia de la vida como una lección. He aprendido a perder el miedo y luchar por mis metas. Aprendí a amarme y a poner mis necesidades primero antes que las de cualquier otra persona. Esto fue difícil por que culturalmente la mayoría de las latinas nos sacrificamos por la familia. Para yo poder dar algo de mi ser, necesito estar en un equilibrio emocional y espiritual. Esta experiencia me enseñó que tengo que depender y tener fe en mí misma. Nada ni nadie me va a proveer con lo que yo deseo. Es bueno tener compañía, familia y mentores, pero el alcanzar metas se logra con el desempeño personal.
El ser víctima de violencia de pareja o doméstica causa traumas mentales. Si conoces a alguien que necesite ayuda, puedes llamar a:
Los Angeles County Domestic Violence Hotline 1-800-978-3600
Valley Trauma Center 818-886-0453
Información en español:
Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC).
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