Por TOMÁS RODRÍGUEZ
EL NUEVO SOL
Desde una edad muy temprana que ni ella sabe el momento exacto, Lizbeth Mateo soñaba con estudiar y trabajar como doctora o abogada. Hoy, a los 32 años de edad, Mateo se acaba de graduar este año con un título de abogada de la Universidad de Santa Clara y se está preparando para presentar el examen de la barra de abogados de California, pero su lucha sigue, ya que está bajo la presión de que el gobierno la pueda deportar en cualquier momento.
A pesar de que Mateo cumple con todos los requisitos para obtener protección contra una inminente deportación por medio de la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA), las autoridades migratorias se niegan a otorgarle DACA por su participación en la primera acción trasnacional de protesta conocida como Dream 9, la cual involucró a seis jóvenes deportados o regresados a México y tres jóvenes activistas —incluyendo a Mateo— que vivían en Estados Unidos y cruzaron la frontera para regresar con el grupo completo y solicitar reingreso al país solicitando asilo.
En la actualidad, Mateo no puede obtener un empleo remunerado porque carece de papeles. Su título de leyes no vale nada sin un permiso para trabajar.
Mateo nació en Oaxaca, México. Sus padres la trajeron a Los Ángeles a los 14 años y lo primero le que le dijeron fue que no le contara su situación a nadie.
Sus primeros días en Venice High School en Culver City fueron los más difíciles. La escuela tenía más de tres mil estudiantes y ella sólo había estado en una escuela de no más de 300 estudiantes. Sabía un poquito de inglés, pero no se podía comunicar con sus compañeros.
No entendía lo que decían sus compañeros. No entendía a sus maestros. Se sentía perdida. Mateo ya no podía más.
“Hubo un momento [en el] que eran tantas las ganas de regresar con mi abuela, que me puse a llorar”, dice. “Recuerdo que fui atrás de los edificios y llegó una estudiante afroamericana. Ella hablaba solamente inglés. No entendí nada lo que me estaba diciendo, pero le contesté y le dije todos mis problemas. No sé lo que me dijo, pero nomás tener alguien que me escuchara me dio esperanza de quedarme aquí y acostúmbrarme”.
Con la ayuda de varios maestros y consejeras, Mateo recibió apoyo para seguir con sus estudios en Estados Unidos.
“Tienes que pensar en el sacrificio que hicieron tus papás para traerte aquí”, dice, recordando el consejo que le dio en la escuela una asistente de maestros: “Ellos han trabajado mucho. Ellos han sacrificado mucho”.
Desde el primer año en la secundaria, Mateo se preparó con dedicación. Sabía que necesitaba más trabajo porque no podía escribir ni hablar en inglés con fluidez.
Tomó varias clases adentro y afuera de la escuela. Tomó clases que empezaban antes de la escuela y también clases que empezaban después. Incluso fue a tomar clases en Santa Mónica College. Hizo todo posible para educarse y para también dominar el idioma inglés.
La escuela le dio un examen para calificar su estado de inglés en el 11er. grado. Si lo pasaba, iba a poder tomar clases con estudiantes que sólo hablaban inglés. Pasó el examen.
En su último año en la preparatoria, Lizbeth ya estaba acostumbraba a su vida estadounidense. Atendió su fiesta de graduación, conocida como prom, festejó con su clase y se graduó. Se alistó para ir a la universidad.
Mateo le preguntó a sus maestros y consejeras qué podía hacer para tratar de inscribirse a las universidades. Nadie le dio una respuesta positiva porque no era ciudadana.
“Sabía que mi estatus migratorio lo iba a hacer muy difícil,” dice. “Encontré otras formas para ir a la universidad. Tomé un examen para las fuerzas armadas para tratar de determinar si eres un buen candidato”.
Ella había escuchado que entrando a las fuerzas armadas podía recibir la oportunidad de entrar a la universidad. Calificó bien en su examen, pero cuando se enteraron que no tenía papeles, le negaron el ingreso. La marina fue la única agencia militar que le iba dar la oportunidad.
“Estuve a punto de hacer lo que tal vez no habría hecho”, dice, “pero era tanta la desesperación y las ganas de ir a la escuela que yo me dije [que] iba a hacer lo que tuviera que hacer. Si me queda ir al navy me voy, pero no lo hice”.
Después de escuchar las experiencias negativas de estudiantes que sí se inscribieron en la marina, Mateo decidió no hacerlo. Se preparó entonces para ir a un colegio comunitario (una universidad preparatoria que ayuda a los estudiantes a obtener carreras cortas o a prepararlos para la universidad). Fue a un evento de información acerca de estos colegios para inscribirse.
Llenó la solicitud, pero no puso un número de seguro social. No tenía otra opción. Pasó un largo tiempo mientras procesaban su solicitud en Santa Mónica College, pero confió en el proceso y en la gente que le había ayudado a solicitar.
Cuando terminó sus estudios en Santa Mónica, decidió a inscribirse en la Universidad del Estado de California en Northridge (CSUN). Escuchó que muchos de los luchadores por los derechos de los latinos enseñaban allí como profesores. Ella también quería contribuir al cambio social.
Cuando llegó a CSUN, Mateo decidió organizar un grupo de estudiantes indocumentados con su mejor amiga de la universidad para ayudarse a ellas mismas y a otros estudiantes que se tampoco tenían papeles. Con la ayuda del profesor de Estudios Chicanos Jorge García, se reunieron para hablar acerca de cómo podían organizar su lucha.
En un cuarto el tamaño de un clóset, Mateo y otras tres jóvenes se reunían a las siete de la mañana dos veces a la semana. Sus profesores le dieron el mismo consejo de los padres de Mateo: no le digan a nadie que son indocumentados. Tenían medio que las jóvenes pusieran sus vidas en riesgo.
Mateo se dedicó más a los derechos inmigrantes después de las manifestaciones a favor de los inmigrantes de 2006 en Los Ángeles. Mateo empezó a hablar y a compartir su historia en público.
“El arma más poderosa que el gobierno tiene contra nosotros es el miedo”, dice. “Si nosotros seguíamos teniendo miedo, pues nadie nos iba a hacer caso. Nadie nos iba a tomar en serio. Nadie nos iba a respetar. Sentí que no tenía nada que perder”.
Muchos estudiantes no usaban su nombre real, pero Mateo fue la única que no tuvo miedo que la deportaran. No tenía nada que perder, pero siempre recordaba la voz de su mamá.
Lizbeth ya no se preocupaba por ella misma, sino por sus papás, quienes lucharon para traerla a Estados Unidos.
En 2010, Mateo y cuatro jóvenes fueron a la oficina del senador John McCain en Tucson, Arizona para protestar porque el senador ya no apoyaba el Dream Act, después de que había apoyado el acta por varios años. También querían que congreso actuara de inmediato para que se pasara el Dream Act.
Hicieron un plantón, donde Mateo y los otros jóvenes se sentaron en la oficina del senador hasta que las autoridades los sacaron de allí. Esta protesta fue un primer paso para Mateo. Era necesario para ser la lucha, dice.
En 2013, Mateo decidió viajar a México como parte de los “Dream 9” en la campaña llamada “Bring Them Home” (Tráiganlos a Casa).
“Muchos Dreamers salieron a apoyar la campaña de Obama”, Mateo dijo en una entrevista en la estación de radio KCRW en Santa Mónica College. “Fueron casa por casa y animaron a la gente para que votara para él. Nos sentimos traicionados por las promesas que hizo. Sentimos que aunque DACA era positivo, no era suficiente porque vimos a nuestros padres, a nuestros vecinos, a nuestros amigos que fueron deportados. Esa es la razón por la que organizamos la campaña ‘Bring Them Home’. Para reunir a estas familias”.
Las deportaciones bajo el presidente Obama causaron que muchas familias se separaran. Mateo dice que sus papás le enseñaron a apoyar a su comunidad y poder ayudarles. Ella quería reunir a estas familias.
En la entrevista con KCRW, Mateo dice: “Era muy frustrante escuchar a la gente que estaba en México y otros países decir: ‘Yo quiero regresar a casa’; ‘tengo hijos en Estados Unidos’; ‘mis papás están en Estados Unidos’; ‘yo soy un dreamer’, ‘yo nací allí desde que tenía dos años y apenas hablo español y no sé qué estoy haciendo aquí.’”
Mateo viajó con otros dos estudiantes indocumentados de Estados Unidos a México y se unieron a otros seis otros jóvenes regresados o deportados a México en Nogales, Sonora, para marchar hacia la frontera y pedir su ingreso a Estados Unidos. Querían desafiar al gobierno estadounidense para poder viajar fuera del país y poner los reflectores en los cientos de miles de jóvenes y niños deportados o forzados a regresar a México.
“No teníamos planeando [pasar] por Nogales” dice. “Hicimos una marcha por varias calles en Nogales y la gente estaba marchando con nosotros”.
“Sí se puede”, les gritaron a los 9 estudiantes vestidos de toga y birrete de graduación. “Sin papeles, sin miedo”, les gritaban las personas apoyándolos en su paso hacia la frontera.
Después de 17 días de estar detenida por las autoridades migratorias, Mateo y sus ocho compañeros llegaron a casa. Todos solicitaron asilo. Mateo pudo regresar a ver su familia nuevamente e inmediatamente ingresó a la escuela de leyes de Santa Clara.
A su regreso de esta experiencia, Mateo se sintió diferente. Se sintió que ya no tenía mucho de su acento mexicano y hablaba diferente. Muchos la criticaron y le dijeron que ya no era mexicana.
“Al contrario”, dice. “Yo nací y crecí en Oaxaca”.
Mateo se acaba de graduar de Santa Clara este año. Desde su llegada a la secundaria, ella recuerda todo lo que paso y sufrió para llegar a este momento en su vida. Junto a ella estuvieron sus padres todo el camino.
“Fue muy bonito tener a mi familia allí”, dice. “Por todo el sacrifico que han hecho. Esta era una forma de decir: gracias”.
En el día antes su graduación, la decana de la universidad, Liza Kloppenberg, le dio un reconocimiento a Mateo. Todos los estudiantes que se iban a graduar estaban presentes. La mayoría tenían el pelo rubio, ojos azules y piel blanca. Mateo le dio las gracias a sus papás en español. Después de repetir lo dicho en inglés, muchas personas no pudieron contener las lágrimas.
“Ni es un pecado,” Mateo dijo sobre su estatus inmigratorio. “Ni es algo de lo que estoy avergonzada. Ni es algo que me haya impedido hacer lo que quería hacer”.
Mateo es una persona que nunca pensó en ella misma, dice el profesor Jorge García. Él la conoció a través del trabajo que Mateo estaba haciendo en CSUN por los derechos inmigrantes de los estudiantes.
“Se encuentra en esta situación injusta en que por algo técnico no va poder funcionar como abogada”, dice el profesor García acerca del rechazo de DACA para su exalumna. “No solamente es cuestión para buscar la solución personal, pero como grupo, resolviendo el problema para todos. Eso es algo que me llamo la atención [de Mateo]”.
La elección de Donald Trump en noviembre y la potencial cancelación de DACA no impiden que Mateo siga luchando por el futuro colectivo. Aunque la presidencia de Trump sea un paso atrás, dice Mateo, ella no se va a rendir tan fácilmente.
“Voy a seguir luchando”, dice. “Me siento más en paz porque me di cuenta de esto no se trata de mí nada más. Si yo dejo que me nieguen este benéfico, lo que les estoy diciendo a la comunidad es que no luchen. No se arriesguen porque los van a castigar”.
Mateo planea trabajar en las leyes laborales de inmigrantes. Muchos no saben cómo hablar inglés y hay situaciones en las que otras personas se aprovechan de ellos. Pero Mateo necesita DACA para continuar con su carrera como abogada.
“El sueño americano para mí significa poder ser libre” dice. “Poder ser libre de hacer lo que quieras. Trabajar a donde quieras. Ir a donde tú quieras ir. Ser libre de luchar sin que te estén poniendo piedritas en tu camino”.
Sigue nuestra cobertura del movimiento dreamer en El Nuevo Sol.
Tags: CSUN DACA Dream 9 dreamers Jorge García Lizbeth Mateo Tomás Rodríguez