A pesar del profundo amor que siente por sus costumbres y lugar de origen, Serna aceptó el Valle de San Fernando como su nueva realidad.
Por JASMINE MÉNDEZ
EL NUEVO SOL
Serna reside en el Valle de San Fernando desde 1989, pero nació en Oaxaca y el cambio no fue nada fácil. Hoy todavía lo recuerda y añora su pasado aunque con cierta resignación.
“Yo conozco el Valle y ha cambiado mucho, pero el cambio es bueno”, explica.
El llegar a Estados Unidos no fue planeado. Su padre le aconsejó que “fuera a ganar dólares”, aunque lo que en realidad ella quería era convertirse en maestra.
Su padre era un trabajador que participó en el Programa Bracero, un acuerdo entre México y los Estados Unidos que se dio de 1942 a 1964. El objetivo era suplir la escasez de mano de obra en los campos estadounidenses. Desde entonces, miles de mexicanos viajaban al norte temporalmente hasta que el cruce fronterizo se complicó.
A pesar de los esfuerzos de sus padres, Serna y sus cuatro hermanos vivieron en escasez. Nacida en 1964 en Oaxaca, la joven veía su vida de campo con odio. El maíz era un alimento diario y la única fuente de ingreso.
Su padre y hermanos experimentaron el peaje físico de trabajar la tierra. “Supe que –esta vida– no era para mí desde el principio”, confesó Serna, quien dejó el campo a los 13 años y optó por estudiar y trabajar en la ciudad de Nochixtlán, Oaxaca con una amiga de la familia.
A veces se sentía libre, en “otros momentos me sentía sola”, al punto de extrañar a su madre con quien estaba más apegada. Su separación duró pocos meses. Sin embargo, lo considera una etapa esencial de su vida.
Al seguir sus estudios, Serna desarrolló una pasión por su lengua natal. “El español se me hacía fácil. Me encantaba cómo se escuchaba”.
Ella se recibió como maestra [de español] en la Ciudad de México en 1985 al cumplir 20 años.
“Todo estaba listo para que comenzara a enseñar en el otoño [de qué año]”, dijo Serna, pero su familia tenía otros planes y nunca pudo poner en práctica su profesión.
Con el apoyo de sus padres, Serna y su hermana llegaron a California en 1989 con el fin de encontrar fortuna. Su espíritu joven todavía no lidiaba con responsabilidades. En ese momento, ella no imaginó que terminaría haciendo su vida en Estados Unidos, lejos de sus tradiciones y de esa comunidad donde quería enseñar.
“Trabajaba un tiempo, volvía a casa y regresaba [a California] al quedarme sin dinero”, explica.
Así vivió varios años, pero a medida que aumentaba la seguridad fronteriza, sus viajes a México disminuían. Su última visita a Buena Vista, Oaxaca con el motivo de cuidar a su madre fue en 1994. No obstante, su progenitora falleció en el 2010, Serna no ha regresado a su tierra.
A pesar del profundo amor que siente por sus costumbres y lugar de origen, Serna aceptó el Valle de San Fernando como su nueva realidad. “Todo era tan distinto a México, completamente diferente…, desde los tipos de ropa, la comida, el sueldo”, expresó.
La asimilación era imposible de evadir. Ella estudió cursos de inglés en Van Nuys High School; sin embargo, las ofertas de trabajo eran limitadas y siempre se reducían a las áreas domésticas.
“Fue horrible. Yo estudié para maestra y aquí estaba limpiando la casa de un desconocido. Era difícil de aceptar esta realidad y frecuentemente lloraba”.
Hoy a los 58 años de edad, Serna confiesa que se ha acostumbrado a trabajar en la limpieza sin importar los bajos sueldos.
Aunque hay algo que no cambia, asegura, es que a pesar de vivir en el Valle de San Fernando por 28 años, ella sigue identificándose como una mexicana.
El Valle de San Fernando se ha convertido en una diáspora de muchos. “Había menos personas que hablaban español cuando me moví por primera vez. Ahora está superpoblado, el 90 por ciento de personas son de México, Guatemala y El Salvador”.
Su exageración estadística simple radica en su orgullo que siente por ser parte de la comunidad Latina.
Serna subraya que ese amor por su comunidad y su sentido de independencia es lo que le dejará a sus dos hijas, una de las cuales recientemente se graduó de la Universidad de Northridge en 2022.
“Me siento satisfecha como una madre, como una mujer hispana. Lo que yo no pude lograr, mis hijas ya lo han logrado. Me siento satisfecha”.