“Cuando yo tenía 13 años, esa persona que mi dio esa memoria falleció y no lo podía entender, menos aceptarlo”.
Por NICOLE MARTÍNEZ
EL NUEVO SOL
Tengo muchas memorias grabadas en mi mente de un ser querido que yo extraño. Esa persona es mi tío Jaime. Sin saberlo, él me dio un bello regalo que no tiene precio cuando estaba chiquita. Mi tío no era de muchas palabras, era una persona muy seria. Tuvo una infancia difícil y por esa razón no sabía cómo expresa sus sentimientos. Un día, vino a pasar la noche para jugar con mi hermano y conmigo. Desde pequeña, me gustaba hacer entrevistas y siempre entrevistaba a mi tío. Al final de una entrevista, le pregunté: “Tío, ¿a quién quieres más en el mundo?” Me miró con una cara tierna y me contesto “A ti”. Solté lo que tenía en mis manos y lo abracé. Esa fue la primera y la única vez que me dijo que me quería. Por alguna razón esa memoria nunca se me ha borrado de mi corazón.
Cuando yo tenía 13 años, esa persona que mi dio esa memoria falleció y no lo podía entender, menos aceptarlo. Días antes de que falleciera, mi familia y yo fuimos a su casa a verlo. Entré normalmente a saludarlo y de ahí me fui con mi hermano y primos. Nos quedamos un rato y mi papá me dijo que me despidiera de él. No sé por qué, no más asomé mi cabeza y le dije: “Bye tío”. Nunca me imaginé que ese iba a ser el último día que lo iba ver. Aun me acuerdo de que estaba sentado viendo la televisión y tenía una camisa verde. Me acuerdo de cómo volvió a verme y la mirada de tristeza que reflejaban sus ojos. No me he perdonado el hecho de que no fui a darle un abrazo y beso. Todavía me pregunto por qué no lo hice y realmente no tengo una respuesta clara.
Nunca me olvidaré del 17 de octubre. Ese día yo sentía que mi mundo se derrumbará y no podía encontrar ningún remedio para el dolor que sentía.
Me desperté y le pregunté a mi mamá qué había pasado con mi tío y que donde estaba mi papá porque él se había ido ya muy noche al hospital. Ella me dijo que mi tío Jaime había fallecido. Me acuerdo que sentía que todo mi cuarto se estaba moviendo y no podía decir nada. Mis ojos estaban llenos de lágrimas por meses y lo único que quería era sentir sus brazos y ver su cara.
Aunque yo ya sabía que él estaba grave, yo no perdía la esperanza que él iba a salir adelante. Los últimos meses de su vida entraba y salía del hospital. Pero la última vez que fue al hospital ya no saldría y jamás volvería a verlo. La idea que ya no lo iba ver o escuchar su voz fue algo muy difícil de asimilar y aceptar.
Él no lo decía, pero yo sabía lo mucho que me quería y que era su niña consentida. Nadie lo obligaba a que viniera los domingos en la mañana para que nos llevara al parque. Tampoco nadie le dijo que llegara los viernes después del trabajo para que se quedara a pasar todo el fin de semana solo para jugar.
Desde el 17 de octubre no hay un día que yo no pienso en él. Yo sé que la muerte es parte de la vida, pero nunca pensé en la muerte hasta ese día. Desde su partida he aprendido a amar la vida mucho más, también a decir te quiero a los que quiero. Cuando sueño con él, sé que es porque me están saludando y que me está cuidando. Él se fue y se llevó un parte de mi corazón con él.
Si sabes de algún niño y o adolescente que esta lidiando con la muerte de un ser querido pueden visitar este recurso: https://medlineplus.gov/spanish/bereavement.html
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