Trabajador joven tiene dos trabajos para mantener a su familia

“Él hace un muy buen trabajo, siempre llega a tiempo y hay veces que él viene a trabajar cuando lo llamo al último minuto”, dice Álex Mejía, su supervisor en el Club Los Globos. “En realidad yo ni sabía que él tenía otro trabajo”.

Por JUAN PARDO
EL NUEVO SOL

El cuarto grande está prácticamente vacío. Hay dos mujeres hablando por teléfono sentadas en una esquina, y en la otra esquina los guardias de seguridad están empujando a un grupo de personas que no quieren parar de bailar. De repente, las luces se prenden y aunque el DJ sigue tocando música electrónica muy fuerte, hay un sentimiento de tranquilidad en el aire.

“¡Atrás!”, alguien me grita. Me doy la vuelta y veo a Carlos cargando dos cajas de cerveza y jalando un bote de basura al mismo tiempo.

Son las tres de la mañana y la discoteca ya cerró, pero no significa que Carlos se puede ir a su casa, hay muchas cosas que tiene que hacer antes que pueda encontrarse con su hija.

Nacido en el Distrito Federal, Carlos Ramírez se mudó a Los Ángeles con la misma idea que muchos latinos tienen cuando deciden dejar sus países de origen: la oportunidad de un mejor trabajo y la estabilidad necesaria para criar a los hijos. El trabajo es duro y su turno es largo. La noche empieza alrededor de las siete de la noche, hay que limpiar la barra y los pisos, llenar las neveras con cerveza, limpiar los baños, cargar mesas y preparar todo el lugar para los mil quinientos jóvenes que van ha llenar el club en unos minutos. Ramírez tiene una voz muy suave y a veces es difícil escucharlo cuando habla, especialmente cuando hay un montón de clientes gritando por bebidas y la banda está tocando.

Siempre se ve muy tranquilo y concentrado en lo que está haciendo en el momento. Ésta es una de sus virtudes, ya que puede ser muy difícil mantener la compostura en un ambiente tan pesado como es en una discoteca en Los Ángeles un viernes por la noche. Lo veo tomando un poco de Red Bull. Le pregunto si está cansado: “Un poco,” me dice, “trabajé todo el día en mi otro jale y me toca volver a las siete mañana”.

Desafortunadamente, el trabajo como asistente de bar no paga suficiente para lograr los sueños y metas que él buscaba cuando se despidió de su familia en la colonia Tepito en el Distrito Federal. Ramírez tiene otro trabajo, un trabajo en el día, el es un conductor de un montacarga para una compañía de hongos y hierbas.

“Yo muevo cajas de hongos raros y hierbas finas y las pongo en los camiones, se las vendemos a todos los restaurantes caros en la ciudad”.

De acuerdo con los resultados de el informe “I am a #YoungWorker” del Centro Laboral de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA), el salario mínimo en el condado de Los Angeles debería ser $13.38 la hora, pero en realidad el salario mínimo en el condado es solamente $10 la hora. Esta es la razón principal porque Ramírez tiene dos trabajos: “Uno solo no es suficiente”. Además, el informe estima que nueve de diez trabajadores jóvenes tienen un horario de trabajo impredecible. Y la mayoría de los que trabajan en restaurantes y bares reciben un su horario semanalmente, y la mitad de ellos reciben su horario con menos de una semana de notificación. Esta es exactamente la situación en la que Ramírez se encuentra.

“El problema principal con tener dos trabajos de salario mínimo y trabajar horas largas es balancear la vida personal con el trabajo, ya que el horario del trabajador cambia constantemente”, dice Jaylee Quiroz, investigadora que participó en la producción del informe.

Aunque esto es un problema que afecta directamente a Ramírez, él no lo usa como una excusa para no hacer un buen trabajo y no ser parte integral del equipo en el bar.

“Él hace un muy buen trabajo, siempre llega a tiempo y hay veces que él viene a trabajar cuando lo llamo al último minuto”, dice Álex Mejía, su supervisor en el Club Los Globos. “En realidad yo ni sabía que él tenía otro trabajo”.

Club Los Globos. Foto de Juan Pardo / El Nuevo Sol.

Club Los Globos. Foto de Juan Pardo / El Nuevo Sol.

Ramírez no está seguro de lo que quiere hacer en el futuro. “Creo que me gustaría devolverme a México, pero en realidad no sé”. Por ahora, está concentrado en trabajar las horas que sean necesarias para proveer a su hija de tres años con la mejor infancia posible. Son casi las cuatro de la mañana cuando Ramirez recibe sus propinas, él se despide de todos, agarra su maleta y se va patinando por la avenida Sunset hacia su casa.


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