Uribe es parte del 17.2 por ciento de los trabajadores-estudiantes jóvenes que están matriculados en un campus del sistema de la Universidad del Estado de California, y su horario es tan caótico que requiere ser planificado con la precisión necesaria para preparar seis cafés diferentes en menos de dos minutos.
Por GRECIA LÓPEZ
EL NUEVO SOL
Reportaje en inglés
Briana Uribe, de 21 años, es una trabajadora joven que lleva una agenda a donde quiera que vaya. En su agenda, tiene escrito su horario escolar, horarios de sus dos trabajos, horario para ir al gimnasio y hasta horario para comer. Uribe trabaja como barista en Starbucks por las mañanas y en el gimnasio de la Universidad del Estado de California en Northridge (CSUN) por la noche, además de estudiar nutrición en CSUN. Su agenda es muy importante porque ahí tiene escrito los horarios de sus dos trabajos y de la escuela.
Con su agenda en la mano, Uribe explica que no solamente es su horario el que cambia, sino también el horario de todos sus compañeros. “Nunca tengo un horario fijo. Lo único que no cambia cada semana es el horario de mis clases”, cuenta. “Cada semana, mi horario de trabajo cambia porque mis compañeros igual estudian y trabajan. ¡Es una locura! Entonces, inmediatamente después de que sale mis horarios de los dos trabajos, los tengo que anotar en mi agenda para estar segura de no faltar”.Uribe no está sola entre trabajadores de la misma edad. Un informe del Centro Laboral de UCLA dice que nueve de diez trabajadores jóvenes no tienen un horario de trabajo fijo. Un problema común es que los supervisores cambian los horarios cada semana. El estudio del Centro Laboral de UCLA dice que el 43.2 por ciento de los jóvenes encuestados son notificados de su horario de trabajo con menos de una semana de anticipación, el 44.8 por ciento son notificados entre una y dos semanas de anticipación, y solo el 12 por ciento son notificados con dos semanas o más de anticipación.
Esto es particularmente caótico para estudiantes, quienes tienen que hacer malabares para cumplir sus obligaciones escolares. La investigadora del Centro Laboral de UCLA, Reyna Orellana, explica que en el estudio, ella y su equipo encontraron que el 34.5 por ciento de trabajadores jóvenes van a la universidad o la preparatoria al tiempo que trabajan.
Uribe es parte del 17.2 por ciento de los trabajadores-estudiantes jóvenes que están matriculados en un campus del sistema de la Universidad del Estado de California, y su horario es tan caótico que requiere ser planificado con la precisión necesaria para preparar seis cafés diferentes en menos de dos minutos.
La estudiante y trabajadora cuenta los malabares de su horario del lunes. Se levanta a las 3:30 de la mañana; trabaja desde las 4:15 hasta las 11:00 de la mañana en Starbucks. Luego, va a sus clases de 12:30 a 4:00 de la tarde. Tiene una hora para comer y descansar antes de trabajar en el gimnasio de 5:00 de la tarde a 8:15 de la noche, dejándole poco tiempo para estudiar y dormir.
“A veces, mi supervisores no respetan mi horario escolar y me ha tocado faltar a clase porque mi horario de trabajo entra en conflicto con el de la escuela”, dice. “Me quejo con mis supervisor, pero me aguanto porque necesito el dinero para sobrevivir”.
“La sociedad nos a hecho creer que los jóvenes usan su dinero para ir de fiesta, pero nuestro estudio dice otra cosa”, comenta la investigadora Orellana. “La mayoría de los jóvenes usa su dinero para pagar gastos escolares”. El informe de UCLA comparó el uso del salario de los estudiantes-trabajadores y encontró que el 71.2 por ciento lo usan para pagar libros y el 42.8 por ciento para pagar su colegiatura.
Cuando su supervisor de Starbucks se dio cuenta que Uribe tenía que ir a la escuela, le dejó de dar muchas horas de trabajo y ella decidió entonces solicitar empleo en la universidad. “Gracias a Dios, me ofrecieron un puesto en el nuevo gimnasio”, dice. Sentada en su cama, con una mirada seria, se queda pensando. “Es difícil ser empleada de dos trabajos porque tienes doble responsabilidad como empleada y doble responsabilidad de nunca faltar y cuidar tu trabajo”, cuenta. “No tengo dos trabajos porque se me dé la gana, sino porque un trabajo no es suficiente para mantenerme”.Uribe empezó a trabajar desde los 17 años. Ella ha vivido sola con amigas desde que empezó a estudiar en CSUN. Con una mirada sentimental, explica que antes de mudarse a Northridge desde Livingston, ella tenía un carro, pero lo vendió para poder horrar para su mudanza. “Extraño mi carro”, dice, “pero era lo único de valor que podía vender y tener dinero rápido. A la misma vez, no tener carro es un gasto menos para mí. Así ahorro dinero y no gasto en gasolina”.
El informe de UCLA muestra que el 62.1 por ciento de los trabajadores jóvenes gasta dinero en su carro. Esto incluye gasolina, llantas, transmisión y cambio de aceite. Leyendo su agenda, Uribe muestra que no tiene carro. Ella anota cuánto gasta en servicios como Uber o Lyft. Y también escribe sus gastos de comida y ropa.
“Ella trabaja duro, simpre ha sido una buena trabajadora,” dice Erik Gaeta, el novio de Uribe. “Siempre la llevo al trabajo o a la escuela en mi coche cuando puedo; the ese modo, ella no tiene que gastar dinero en Uber o Lyft.”
“La verdad, a veces me quejo de lo que me pasa, pero siempre pienso que hay personas que no tienen ni para comer”, dice. “Pienso en eso y le doy gracias a Dios que tengo dos trabajos para sobrevivir”.
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