Cuando la depresión tocó a mi puerta

El suicida, de Édouard Manet [Dominio público], via Wikimedia Commons.

Estadísticas de los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) indican que aproximadamente uno de cada veinte personas en Estados Unidos (5. por ciento) reportan síntomas de depresión. Entre los latinos, esta cifra es un poco más alta: 6.3 por ciento.

Por AMÉRICA CALDERÓN GARZA
EL NUEVO SOL

Hace solamente unos cuantos meses, los pensamientos de suicido me seguían como un fantasma. No recuerdo cuándo llegaron a mi hogar, pero sé que ya era muy tarde para sacarlos cuando por fin dejé de negarlos. Pensándolo bien, puedo decir que los invité. O, más precisamente, los dejé entrar.

La mayor parte de mi vida la he pasado viviendo con depresión. Sin diagnóstico médico, sin terapista, sin medicamento, desde ese primer episodio que pasé a los 13 años. Yo misma me convencí que mis emociones eran causadas por la adolescencia, y cuando pasé de esa edad, la razón también maduró: “Es por el estrés del trabajo, de la relación con el novio, y de las cuentas. Por eso me siento tan miserable”.

Estadísticas de los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) indican que aproximadamente uno de cada veinte personas en Estados Unidos (5. por ciento) reportan síntomas de depresión. Entre los latinos, esta cifra es un poco más alta: 6.3 por ciento.

En mi caso, no me permitía sentir lástima por mí misma. Al contrario, me exigía no dejar que mis emociones dominaran mi vida. Me convencí que los síntomas de la depresión eran la parte más desagradable de mi personalidad, pero eran parte de mí y lo tenía que aceptar. Además, todavía era capaz de disfrutar de la vida. Mi sentido de humor permanecía intacto. Tenía una estable relación con mi novio, muchos amigos, un trabajo con un buen sueldo, y el apoyo de mi familia. Así que no tenía ningún derecho sentirme deprimida.

Pasé muchos años pensando de esta manera, sin la menor idea de lo insostenible que era mi forma de terapia. Ignoraba la devastación emocional a la cual me había acostumbrado a vivir. Por una parte, ya sabía que no era normal lo que yo pasaba. Todos conocen los sentimientos de tristeza, de remordimiento, de rencor, pero en los dos años pasados, estas emociones pasaban por bocinas que las amplificaba mil veces. Por otra parte, los momentos de paz y claridad eran infrecuentes, y cada día me costaba más energía escaparme de la tempestad de emociones que ocurren con la depresión.

El año pasado a sido un tiempo muy difícil para mi y mi esposo, quien es un veterano del ejército y fue enviado por un año a Afganistán entre 2011 y 2012. Mientras trataba de ayudarlo a él con sus síntomas de trastorno de estrés postraumático (PTSD), mas me perdía yo en mi depresión. Los dos estábamos perdidos, sin seguro de salud, y sin idea de los recursos que existían para nosotros. Peleábamos más de lo que nos llevábamos bien, y el estrés de vivir bajo tanta presión me hizo ansiosa, irritable y profundamente infeliz. Pasé muchos meses en un estado muy débil emocionalmente, despertando cada día con las esperanzas de tener fuerzas a superar mis emociones por las siguientes 24 horas.

Poco a poco, la depresión eclipsó mi mundo. Me impedía la habilidad de disfrutar de mis estudios, mis amigos y mi familia; las partes más importantes de mi vida. La decisión de buscar ayuda para mi enfermedad mental llego después de varios meses de intentar controlar mis síntomas con métodos holísticos. El año pasado, sufrí una serie de episodios de tristeza profundos, como nunca había conocido en mi vida, acompañados con pensamientos de suicido. Nunca intenté quitarme la vida, pero en unos momentos sinceramente deseaba morirme para por fin parar de luchar contra los sentimientos de tristeza y remordimiento. Me iba a hacer yoga cinco veces a la semana, meditaba todos los días, mandaba oraciones al universo, a Dios, o a cualquier deidad que me estuviera escuchando. Pero los pensamientos persistían.

Estadísticas de los CDC muestran que por lo general, las mujeres tienen mayores niveles de pensamientos de suicidio que los hombres, pero los hombres son mucho más propensos a cometerlo. Entre los hispanos, estos pensamientos son más altos entre los estudiantes que están en la preparatoria, con un 18.9 por ciento que han considerado seriamente intentar suicidarse; un porcentaje más alto que entre los jóvenes negros y blancos.

La gravedad de mi condición mental no se reveló hasta un día en agosto, cuando llegó de visita mi mamá. Mi historia todavía se está contando. Y estoy agradecida por tener la oportunidad de exorcizar estos fantasmas. La enfermedad mental es un tema que nos inquieta a muchos, y al mismo tiempo es un tema que resuena más con la gente. Hay que preguntarnos por qué, y luchar por aprender más.


Tags:  depresión PTSD suicidio trastorno de estrés postraumático

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América Calderón Garza




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