57.3 por ciento de los trabajadores jóvenes reportaron sufrir abuso verbal en el trabajo, en la mayoría de los casos (81 por ciento) de parte de los clientes. —Informe I am a #YOUNGWORKER del Centro Laboral de UCLA.
Por STACEY ARÉVALO
EL NUEVO SOL
“¡Tú, ni pareces ser una gerente norteamericana!”, me gritó el hombre al tirar un par de lentes sobre el mostrador enfrente de mí.
“Señor, entiendo que esté molesto, pero eso no es motivo para que me hable de esta forma”, le respondí. “Por favor, baje su tono”.
“Yo voy a dejar de gritarte cuando se me dé la gana hacerlo. Además, ¿Cuántos años tienes?”, preguntó el hombre. “¿Sabes qué?, eso no importa”, continuó antes de que yo pudiera contestarle. “Yo necesito hablar con un adulto, no con una muchachita como tú”.
Muchas personas me felicitan por tener una cara de niña, halagándome por parecer no envejecer. Lamentablemente, la combinación de esta supuesta virtud y mi baja estatura parecían ser una maldición en mi trabajo porque me dificultaba la posibilidad de imponer mi autoridad.
Fui gerente de una óptica por casi cuatro años. A diferencia de los estereotipos que existen acerca de los Millenials (o milenarios) de que son flojos, yo trabajé arduamente para conseguir mis ascensos. Sin embargo, al obtener mi puesto, no todo fue color de rosa.
Según un informe preparado por el Centro Laboral de UCLA sobre trabajadores jóvenes, I am a #YOUNGWORKER pocos asumen puestos en los equipos directivos por falta de oportunidad. De los que son promovidos, casi la mitad ganan salarios bajos a comparación con trabajadores mayores.
Como una gerente joven y latina yo viví una experiencia laboral similar. Me encantaría decir que el ejemplo previo fue una rareza y no una representación usual de mis interacciones con mis clientes. Al contrario, situaciones similares me ocurrieron en un promedio de dos a tres veces por semana.
Varios clientes me felicitaron por casi no tener un acento “mexicano” al hablar inglés. Otros asumían que mi nombre era “Maria”, que era indocumentada o maleducada simplemente porque tener la piel morena. Incluso, hubo un señor que recientemente me preguntó si yo usaba “esa ropa rara de bastantes colores” en mis días libres. Él se refería a la ropa típica maya, la cual él asumió yo uso a diario cuando le dije que no era de ascendencia mexicana sino guatemalteca.
Aparte del racismo en mi trabajo, también tuve que lidiar con abuso emocional y sicológico. De acuerdo al mismo estudio del Centro Laboral de UCLA, mi situación es bastante común. El estudio indica que 57.3 por ciento de los jóvenes entrevistados reportaron sufrir abuso verbal en el trabajo, en la mayoría de los casos de parte de los clientes (81% de los que reportaron abuso verbal).
En Estados Unidos, existe una problemática cultura social la cual permite y motiva a los consumidores a comportarse como niñitos mimados, dándoles la razón ciegamente. Gracias a esta práctica, la mayoría de clientes se sienten poderosos y con derechos de tratar a los trabajadores como se les antoje. Esta mentalidad ha llegado hasta el extremo que las personas honestamente piensan que esto es aceptable.
En ocasiones varios de mis compañeros y yo estuvimos a punto llorar o de querer enfrentarnos físicamente con clientes dado al trato rudo y menospreciante que recibíamos. Lo triste en estas situaciones es que el cliente casi nunca reacciona y admite que sus acciones son erróneas. Parte de esta falta de conciencia tal vez tenga que ver con el hecho de que si el cliente se queja con las compañías, la mayoría del tiempo el cliente recibe la razón y no el trabajador.
Yo he visto que no es hasta que la situación se eleva a un nivel peligroso en el cual la vida del trabajador está directamente amenazada, cuando él ha recibido respaldo de parte del empleador. Mientras tanto, el abuso verbal y sicológico sigue siendo enseñando al trabajador a ser tolerado y aceptado como parte de la industria. No se le pide al cliente que sea respetuoso ni tenga sentido común. El cliente nada más debe ser atendido con suma atención aunque no se lo merezca.
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