DIANA GARDUÑO
El Nuevo Sol
Los insultos, las amenazas y los golpes eran parte de su vida cotidiana. Juan G., de 20 años de edad, recuerda que este tipo de ambiente le rodeaba a él y a sus dos hermanas. La violencia doméstica es un problema que sufren muchas familias y que es necesario que se de a conocer fuera de las puertas de las casas.
“Fueron varias las veces que mi papá le llegó a pegar a mi mamá, pero me acuerdo mucho de una en particular, yo estaba muy pequeño, tal vez tenía 8 años”, dice Juan, quien es originario de San Cristobal Ecatepec Estado de México, “Me acuerdo que mi papá y mi mamá estaban discutiendo y mi papa estaba borracho. [Después] empujó a mi mamá en la cama y la empezó ahorcar. Yo no sabía qué hacer y desesperadamente me subí a la cama y mordí a mi papá en la nariz para que [la] soltara.”
Juan dice que su papá siempre tuvo problemas con el alcohol y al tomar se convertía en una persona muy violenta. Aunque su padre nunca lo admitió, Juan pudo notar el machismo, especialmente cuando escuchaba hablar a sus hermanas y a su mamá.
Se estima que cada año más de 10 millones de niños están expuestos una o más de una vez a la violencia doméstica en sus hogares en Estados Unidos, según El Departamento de Justicia.
Christauria Welland y Neil Ribner, autores del libro ‘’Healing from Violence, afirman que “aunque la influencia y demográfica de la población hispana sea grande, existen áreas de investigación que no han sido exploradas en cuanto a la violencia doméstica entre familias latinas”.
Acceso Hispano, un proyecto de la Fundación Self Relaince (SRF), que se dedica a proveer información, referencias, y apoyo a la comunidad hispana viviendo en Estados Unidos para mejorar su salud y calidad de vida, explica que las tasas de violencia doméstica en las comunidades latinas son inconsistentes y difíciles de obtener; sin embargo, estudios realizados por la Escuela de Enfermería de la Universidad de Carolina del Sur sugieren que son semejantes o mayores a las tasas que se encuentran dentro de la sociedad general norteamericana.
La mamá de Juan pasó muchas noches sin dormir, en vela, esperando a que llegara su esposo y orando para que no le pasara nada, “Fueron noches desesperantes y preocupantes, pensando en que podría estar manejando borracho y que podría chocar, matar a alguien, o que lo detuviera la policía. Fueron las horas más largas de mi vida. Le pedía a Dios que nada le pasara”.
La hermana menor de Juan afirma que “Sentía un gran alivio al ver que por fin llegaba mi papá a la casa, aunque me sentía con enojo a la vez porque otra vez llegaba borracho. También sentía miedo de que otra vez empezara a pelear con mi mamá”.
Gloria González-López, profesora de sociología en La Universidad del Sur de California, escribió en su libro titulado “Machismo” que los machos “no nacen; se hacen”. Ella explica que en los tiempos contemporáneos en Estados Unidos las cualidades del machismo son usadas para explicar cómo a veces los hombres hispanos son mucho más inclinados a participar en lenguaje del sexismo, las relaciones y acciones machistas. Segun López, el machismo es más común entre los hombres hispanos que hombres de otras culturas.
Como muchas mujeres latinas, la mamá de Juan decidió no ir a la policía ni demandarlo por violencia doméstica, “Lo quise hacer varias veces pero por muchas razones no lo hice. Fue el miedo de cómo salir adelante sola con tres hijos, sin contar con familiares, el no hablar inglés, y el no saber que existía ayuda. También pensé en que estábamos arreglando nuestros documentos de inmigración y que tal vez todo se podría venir abajo por causa de esto”.
SRF menciona que en los estudios de mujeres inmigrantes indocumentadas se revela que una barrera principal al buscar ayuda, entre un 64% de las entrevistadas fue el miedo de deportación. “Cada caso es único y es difícil decir qué va a pasar cuando se pide ayuda, pero en lo general pedir ayuda es mejor que vivir en el miedo y sin esperanza a que habrá un cambio,” dice la Dra. Lideth Orgeta-Villalobos, sicóloga de la universidad estatal de California, Northridge.
Al ver cómo su familia le rogaba que cambiara, el papá de Juan decidió refugiarse en su fe y atender clases de Alcohólicos Anónimos. Pero después de poco tiempo volvía a lo mismo, “Siempre nos decía que iba a cambiar, nos juraba pero nunca lo hacía”, dice la hermana de Juan.
De a cuerdo al Departamento de Justicia, el 61% de ofensores de violencia doméstica también tienen problemas con alcohol u otras sustancias. Aunque el papá de Juan nunca lo llegó a golpear ni a él ni a sus hermanas, Juan comenta, “Yo me sentía como si tuviera que proteger a mi mamá y a mis hermanas de mi papá y otras personas. Pero a la misma vez sentía con miedo porque solamente era un niño chiquito sin fuerzas”.
La Casa, una organización que ayuda a las familias con problemas de violencia doméstica, menciona que algunos de los efectos físicos que padecen los niños o adolescentes que viven con este problema son: frecuentes dolores de cabeza y estómago, nerviosismo, problemas de alimentación y abuso de sustancias o alcohol. Dentro de los efectos emocionales pueden señalarse la vergüenza, la culpabilidad, la depresión, las pesadillas, los miedos, y una baja autoestima. Los fectos sociales pueden conocerse como las dificultades de confianza, especialmente hacia los adultos, el desprenderse de amigos y parientes, y las reacciones pasivo(a)s o valientes con otros.
Años después, ya al ser un adolescente, los problemas en la casa de Juan seguían, no tan frecuentes como antes, pero el alcohol siempre era la culpa de la violencia. El ya era mayor y con más fuerzas, “Nunca le pegué porque al fin del día es mi papá, y porque soy cristiano y en mi religión nunca se le debe pegar a un padre o a una madre. Aunque a veces tenía ganas de pegarle pero nunca pude hacerlo.”
Ortega-Villalobos afirma que “Se cree que hijos que son expuestos a la violencia doméstica y no reciben apoyo y tratamiento naturalmente tienen más riesgos de vivir violencia en sus relaciones”.
De a cuerdo a las estadísticas del Departamento de Policía de Kittery en Maine, de todos los niños que han sido expuestos a la violencia doméstica, 60% de los niños al final se convierten en ofensores y el 50% de niñas se convierten en víctimas.
“Yo no soy nada igual a mi papá en ese sentido, y por ver lo que le pasó a mi mama y a mis hermanas, yo nunca le haría lo mismo a mi esposa. Yo pienso que soy más sensible que mi papá porque yo me críe en una casa de puras mujeres y por lo mismo yo no soy violento,” dice Juan.
Juan cree que las herencias familiares que no son buenas pueden ser quebradas si uno toma la decisión de hacer un cambio. Es por eso que desde hace 11 años deja todas sus frustraciones y enojos en un ring. Juan tiene varios trofeos, medallas y cinturones que se ha ganado en el boxeo.
“Un hombre no tiene derecho de pegarle, maltratar, o abusar verbalmente a una mujer. Porque yo creo que un hombre tiene que amar a la mujer y respetarla sobre todas las cosas. Y porque mi religión juega una parte muy importante en esto. Pero aunque no fuera yo cristiano yo creo que no es moralmente correcto pegarle a las mujeres.”
Según el Departamento de Policía de Kittery, cada 5 años las tasas de muerte de personas asesinadas por parientes o conocidos es igual al número de todos aquellos que murieron en la guerra de Vietnam. Afortunadamente la historia de Juan y su familia no termino así.
Según el US Attorney General’s Task Force- Reporte de Violencia en la Familia, cada persona que vive en una casa con violencia experimenta una pérdida esencial. El único lugar en el mundo donde tenían que haberse sentido protegidos y seguros se ha convertido en un lugar de peligro. La sombra de la violencia doméstica ha caído en sus vidas y serán cambiados para siempre.
Diana garduño / El NUEVO SOL
De a cuerdo al Departamento de Justicia, el 61% de ofensores de violencia doméstica también tienen problemas con alcohol u otras sustancias.
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