Menores indocumentados sin hogar en Los Angeles

William es parte de esa invisible población de niños y jóvenes indocumentados, una población que no ha sido ampliamente estudiada, que es difícil de identificar y que tiene muy pocos recursos de ayuda.

Uno de los temas que poco aparece en el debate sobre la inmigración es el efecto que las medidas restrictivas tienen en los niños y jóvenes indocumentados. Marina Sandoval / El Nuevo Sol

Por KRISTOPHER FORTIN
EL NUEVO SOL

William (nombre ficticio por seguridad) estudiaba en séptimo grado cuando durmió por primera vez en un parque con sólo una manta. Había escuchado rumores de que la policía se llevaría a los niños que estuvieran en la calle hasta tarde. Como es indocumentado se negó a tomar el riesgo de dejar la casa de su tío a las 10 de la noche para ir al mercado. Pero su tío eventualmente lo echaba a la calle por desobedecer sus órdenes.

“Yo empecé a llorar. No sabía que hacer”, cuenta.

Durante cinco años el ciclo continuó: William sería echado fuera de su hogar, buscaría un lugar para dormir en el parque y regresaría a la casa de su tío para trabajar bajo sus demandas represivas y sus perpetuos insultos.

“Qué podía hacer siendo un pequeño y siendo pateado fuera de casa por… mi tío, él que era la única persona que tenía en ese momento” dice William. “¿A dónde podía ir? ¿Qué podía hacer?”

William siempre le contaba a sus amigos y amigas que él vivía con su mamá y su papá, pero en realidad, sus padres vivían en Acapulco, México. Cuando le hablaba a sus padres, dos veces por semana, les decía que lo maltrataban, pero nunca fue muy específico por miedo a que su tío lo castigara.

William es parte de esa invisible población de niños y jóvenes indocumentados, una población que no ha sido ampliamente estudiada, que es difícil de identificar y que tiene muy pocos recursos de ayuda. Los niños y jóvenes indocumentados, sin hogar y sin compañía sufren los mismos problemas emocionales que los jóvenes documentados que viven en la calle, pero es mucho más difícil tratar sus problemas, como las barreras de comunicación y asuntos de confianza, por su estatus de indocumentados.

“Ellos tienen problemas de confianza… y ni siquiera saben que los tienen”, dice Bradley Pillon, sicólogo y profesor bilingüe del Distrito Escolar de Los Angeles (LAUSD, por sus siglas en inglés). Pillon trabaja para el Centro de Inmigración del LAUSD y lo hace principalmente con la población inmigrante en escuelas como Belmont High School.

Ha sido muy difícil para los profesores manejar a la población joven inmigrante en Belmont porque sus clases de aprendizaje del inglés (ESL, por sus siglas en inglés) están sobrepobladas  y en los casos de los jóvenes indocumentados sin hogar, se corre el riesgo de que tengan problemas de habilidad tanto en el lenguaje español como en el inglés. “El resultado es que nadie quiere a estos estudiantes” afirma Pillon.

El Newcomer Center, que fue cerrado dos años atrás, ofrecía cursos ESL y clases sobre la cultura latinoamericana, así como sobre sistema educativo. Los inmigrantes de entre 14 y 18 años aprendían juntos por un año antes de que fueran integrados a su grado apropiado.

“Era considerado extremadamente valioso por todos los profesores y el personal administrativo” afirma Pillon.

Pero el Centro cerró porque no todas las escuelas tenían el mismo programa y algunas pensaban que segregaba a los inmigrantes del resto del colegio. Pillon dice que puede que sea reabierto en un futuro.

Casa Libre, un centro de acogida de menores inmigrantes no acompañados y sin hogar en el área de Pico Union en el centro de Los Ángeles, se hace cargo de los indocumentados y recibe muchas referencias de los consejeros escolares.

Muchos jóvenes indocumentados se inscriben en el colegio mientras permanecen sin hogar, dice Chelsea Bell, directora del programa Casa Libre.

Casa Libre es un centro que recibe a menores inmigrantes no acompañados y sin hogar en el área de Pico/Union en el centro de Los Angeles. Marina Sandoval/El Nuevo Sol

Desde 2002, esta institución ha acogido, educado y apoyado a jóvenes con la esperanza de que puedan realizarse personalmente. En su seno ha recogido a jóvenes que han venido desde México, Guatemala, África del Norte, Asia y Europa.

Toma al menos dos meses a un joven poder contar de manera precisa su historia pasada porque la cambian constantemente, dice Bell.

“Ellos dicen lo que piensan que tienen que decir para sobrellevar cualquier circunstancia venida”, afirma Pillon.

El rendimiento y la asistencia de los jóvenes indocumentados son problemas constantes en el colegio. Sus calificaciones son muy bajas, tienen periodos de ausencia prolongados y generalmente no permanecen más allá de un año en la secundaria, dice Pillon.

De acuerdo con el Centro de Estudios Migratorios del Instituto Nacional de Migración basado en México, más de 5,678 niños fueron detenidos intentando cruzar la frontera por las autoridades mexicanas y estadounidenses el año pasado.

Los menores indocumentados y no acompañados que tienen entre 15 y 17 años algunas veces no califican para el estatus AB-540, una ley que permite a los indocumentados pagar el mismo costo de la colegiatura que un residente si completa tres años de secundaria o tiene un GED (equivalente). Pero la mayoría de estos chicos no empiezan inmediatamente o completan esos años de secundaria. La única opción que tienen es asistir a las escuelas de adultos para obtener su GED o encontrar un trabajo para el que no necesiten papeles en regla.

Con los pocos estudios que han sido llevados acabo con menores indocumentados no acompañados es difícil contabilizar el número de chicos en estas condiciones. Bell dice que 12 jóvenes lo han contactado en lo que va del año para que les brinde auxilio.

Existen 638 jóvenes menores de 18 años en Los Ángeles, un número menor al 1,288 de 2007, según las estimaciones de Los Angeles Homeless Services Authority’s 2009 Greater Los Angeles Homeless Count Report. Sin embargo, la población entre las edades de 18 y 24 años se ha incrementado, dice Ronald Hallett, profesor en Pacific University Benerd School of Education.

La situación de William es una de éxito en Casa libre, pero no tendrá una fiesta de despedida, dice Bell. Los otros chicos se quedarán en la casa y aún tendrán que pensar en su propia supervivencia cuando se tengan que marchar.

La realidad que siempre se avecina con los jóvenes de Casa Libre es que ellos volverán a ser vagabundos otra vez, dice Bell.

William está en el proceso de abandonar el refugio donde ha vivido por los pasados 4 meses. Dejó de tener contacto con su tío cuando entró en Casa Libre y está a un año de conseguir su GED.

William tiene la esperanza de conseguir la ciudadanía estadounidense cuando sea adoptado por una familia. Pero su futuro aún es incierto.

“Todo lo que puedo hacer es tener fe” dice William.

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La Historia de William

William no sabía qué era el granizo hasta que empezó a llover sobre él mientras cruzaba la frontera entre Estados Unidos y México. Su periplo desde Acapulco, México con su tío por coche lo llevó a Tecate, y después de un viaje a pie que le llevó tres días y dos noches llegó a Los Angeles.

Tenía 10 años cuando cruzó la frontera con otras 20 personas y un coyote. Caminó a través de la completa oscuridad. Las otras personas que cruzaron la frontera eran solidarias y se cuidaban los unos a los otros, dice William, pero aún así había mucho peligro en la oscuridad.

“Las noches eran interminables”, recuerda, “Todo lo que había que hacer es caminar sin saber bien hacia dónde vas. Es como caminar con tus ojos cerrados”.

“No se lo desearía a nadie porque es algo que te deja marcado para el resto de tu vida”, añade William.

El tío de William lo convenció a él y sus padres de que recibiría una educación y la oportunidad de macer suficiente dinero par ayudar a su familia.

William trabajó para su tío vendiendo raspados después del colegio y, usualmente, hasta muy tarde. En las mañanas pelaba maíz para que cocinar y poder venderlos luego durante el día. Su tío lo inscribió enFarmdale Elementary School en la ciudad El Sereno. Lo obligaba a trabajar cuando no estaba en el colegio. Era un hombre estricto y restrictivo, recuerda.

Esta actitud le costó que su tío lo echara de casa. William tenía 11 años cuando durmió por primera vez en un parque sin nada más que una sábana. Algunas veces cuando era echado a la calle, encontraba algún manojo de hojas bajo un árbol y eso lo ayudaba a mantenerse caliente “De otra manera, no podía dormir”, afirma.

Trató de ocultarse de su tío, que fue a buscarlo al parque. Lo necesitaba para preparar los elotes para la mañana. Su tío le prometió que lo trataría mejor. William no tenía a nadie más, por eso siempre regresaba.

Su tío nunca le permitió tener amigos o amigas, o ir a otro lugar que no fuera la escuela. Las únicas relaciones que el niño podía hacer eran dentro de la escuela. Les dijo a sus amigos que vivía con su madre y su padre y que su vida era como la de cualquier familia normal.

Por cinco años, William vivió en perpetuo servilismo, enfrentando abusos verbales y físicos, antes que encontrara Casa Libre.


Tags:  Casa Libre inmigracion jóvenes latinos Kristopher Fortin Marina Sandoval Niños sin hogar

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