En este episodio, Helen Flores entrevista a su madre, Yeymi Pimentel de Flores, quien comparte recuerdos de su infancia, adolescencia y vida en El Salvador. Habla sobre lo que significó crecer y luchar por estudiar y salir adelante siendo una persona de escasos recursos en el cantón San Lorenzo, ubicado en el departamento de Ahuachapán.
Por HELEN FLORES
EL NUEVO SOL
Introducción: Bienvenidos a Radio Nepantla, la voz que traspasa fronteras, un podcast del Nuevo Sol, el sitio multimedia del programa de periodismo en español de la Universidad del Estado de California en Northridge.
Helen Flores: Hola, soy Helen Flores y en el episodio de hoy de las historias del mamá voy a estar platicando con mi mamá sobre cómo fue su vida en El Salvador y cómo fue crecer en un lugar pobre y todo lo difícil y lo bueno que ha pasado durante su vida.
Yeymi Pineda: Sí, mi nombre es Yeymi Azucena. Yo nací en un cantón llamado Las Pozas, municipio de San Lorenzo, departamento de Ahuachapán, El Salvador. Nací en una familia pobre pero muy unida. A la hora de nacer mi mamá no fue ni al hospital ni a la unidad de salud. Nací en la cama de mi casa, la partera fue mi abuela, porque había una señora que vivía en el cantón, Las Pozas, que ella le decían a esas señoras matronas, eran las señoras que asistían partos. Era prácticamente como una enfermera sin tener título, pero eran buenas. La gente le tenía fe.
La señora curaba empachos, recetaba medicinas para dolor de cabeza, en fin, para bastantes cosas. La gente la buscaba y no sé si era la fe o de veras la señora sabía sus creencias, pero la gente se curaba. Pero como la señora quedaba lejos donde vivía y no había transporte, había que caminar casi una hora para donde iba a llegar, cuando a mi mamá le agarraron los dolores, mi papá fue a buscar a la señora y en ese momento el parto se adelantó y quien estaba ahí era mi abuela por parte de mamá. Ella se llama Dominga, una señora muy buena.
Me crié en el cantón, pobres, pero felices. Porque nunca nos hizo falta la comida. No teníamos lujos porque no teníamos, ni siquiera teníamos las cosas necesarias. No teníamos ni agua ni luz. Había un pozo que dejó mi abuelo por parte de mamá, donde nosotros íbamos a sacar agua con un galón.
Había un torno que había que darle vuelta. Como el pozo tenía, no sé, quizás eran cuatro lazos. No tengo ahorita idea cuánto es. Tenía cada lazo, pero sí había que darle bastantes vueltas para sacar un galón de agua. Éramos bastantes porque vivíamos con mi abuela, porque no teníamos dónde vivir.
Mi abuelo dejó unas tierras, pero todavía no arregló nada. Había problemas con los otros familiares y en todo eso no se podían usar esas tierras. Y nos criamos con mi abuela, jugando, trabajando, porque desde chiquitas a nosotros nos pusieron a trabajar. Nosotros, siempre mis papás, ellos cultivan la tierra, siempre sembraban maíz, frijol, maicillo, hortalizas, te ponían pepino, pipianes, rábanos, tomate…
Era muy bonito porque comíamos, no teníamos lujos, pero lo poquito que comíamos, al menos en el invierno, era bien orgánico, porque entonces ni la tierra estaba contaminada, ni había tanto pesticida como ahora, y se comía bien con lo poquito que teníamos y lo poquito que se cultivaba, porque como nosotros no teníamos ni luz ni agua, ni tampoco dinero para comprar una refri. Y si se hubiese tenido, no se podía porque no había luz. Entonces, uno siempre iba comiendo las cosas al día. Comíamos bien orgánico porque comíamos… pollos, mi abuela los criaba. Los huevos, las gallinas los ponían.
Todo era bien orgánico, gracias a Dios, y no éramos tan enfermos en ese aspecto. Y quizás por criarnos en el campo, rodeada de tantos animales, polvo, de todo, pues uno como que se pone, como que las defensas se le hacen más fuertes a uno.
Helen Flores: Tengo entendido que, desafortunadamente, cuando alguien vive en un cantón, más que todo un niño, tiene que empezar a trabajar y estudiar al mismo tiempo, trabajar en lo que viene a las tierras y todo esto. ¿Fue esto lo que pasó también contigo?
Yeyami Pineda: Trabajaba y estudiaba. Había una escuela en el cantón que estaba como a quizás 20 minutos de donde yo vivía. Mi mamá me iba a dejar a la… Bueno, al principio y al primer día siempre lo iban a dejar a uno para conocer y que uno se adaptara. Después nos íbamos, buscábamos los compañeritos vecinos, nos juntábamos y nos íbamos todos porque pasábamos barrancas, lugares muy funestos en el aspecto que la gente en el campo tiene sus tierras. Entonces hay mucho espacio entre una casa y la otra y la gente cultivaba diferentes cosas. Hay gente que sembraba maíz. otra gente que sembraba café, otra gente que sembraba arroz, otra gente que sembraba caña.
Entonces era diversidad lo que la gente sembraba y las calles eran muy funestas, o sea, muy solas. Era poca gente que se encontraba en el camino. Entonces uno buscaba compañeritos para irse a la escuela y uno iba feliz, se peleaba, pero un rato al siguiente día uno ya estaba contento.
Me acuerdo mi primera vez que fui a la escuela, mi mamá me había comprado una mochilita roja, cuadradita, verde, yo feliz, y unos zapatitos, ¿verdad? Porque gracias a Dios, lo necesario, pobres, pero lo necesario lo tuvimos. Pero ya en el invierno, como las calles descuidadas, no estaban ni en, era puro polvo, puro barro, ya no se podía usar ni zapatos, ni las llinitas balcos que entonces usábamos, tocaba que ir descalza a la escuela. Era más fácil caminar por esos caminos, porque no eran ni calles, no que caminos, donde uno se deslizaba, tenía que pasar por la orillita agarrándose de ramas y todo para no resbalarse y caerse.
Entonces nos salía mejor ir descalzos, bien tranquilos. Como todos los niños iban así, nadie se andaba fijando quién iba mejor vestido que el otro. En la escuela habían dos turnos, mañana y tarde. De primero a cuarto, iba en la mañana, de quinto a sexto en la tarde. Si yo estudiaba en la mañana… y trabajaba, salía a las 12 de la escuela, llegaba, comía, y de la una y media a las 4 o 5 de la tarde se ayudaban a trabajar en la tierra cuando era el tiempo de invierno. Y después hacer tareas, porque como no había luz, uno se alumbraba con candiles de gas, y entonces había que hacer las tareas temprano, a las 8 de la noche ya estábamos levantados. Mi mamá, a buen cuatro de la mañana, ya lo tenía uno de pie porque tenía que ir a sacar agua porque éramos bastantes. La gente es que íbamos a agarrar agua de ese pozo, entonces había que hacer fila. Quien llegaba primero era la que le iba tocando.
Ya cuando tenía como 10 añitos, 12 añitos, me fui a estudiar a Atiquizaya, a una escuela que se llama… Francisco Menéndez se llama la escuela en Atiquizaya y era una zona urbana, era el pueblo donde todos íbamos a comprar. Y para eso que cuando íbamos a comprar del Cantón Las Pozas para Atiquizaya había como una hora y media y uno lo hacía caminando porque no había casi transporte, pero uno feliz caminando y de regreso con todas las compras.
Helen Flores: ¿Cómo fue ir a una escuela en la ciudad o en el lugar urbano? ¿Hubo una diferencia? ¿Cómo reaccionaron los niños o cómo nosotros le hicimos los cipotes en esa época sobre la gente que era del campo yendo a una escuela en la ciudad o un pueblo que se diga?
Cuando me vine a estudiar a la escuela… En Atiquizaya, como yo era del campo, todos los niños me querían hacer de menos. Pero si algo yo he tenido en mi vida es que nunca me le he quedado ni callada a nadie, ni tampoco me he sentido menos que nadie, porque ante los ojos de Dios todos somos iguales.
Pues los niños ahí no querían hacer grupos, no querían ni acercárseme. Y nada, yo siempre he sido bien amistosa y nunca me ha costado hacer amistades. Los tiempos más bonitos fueron en bachillerato, porque nosotros hacíamos veladas artísticas para recaudar fondos. Para el fin de año, cuando terminaba el año y nosotros teníamos fondos y nos íbamos a la playa a cocinar con los maestros guías y hacer nuestras fiestas de despedidas. Rentábamos buses y de todo lo que habíamos recaudado con las actividades que hacíamos, pues nos hacíamos las despedidas.
En esa época del bachillerato, yo no trabajaba, no que solo estudiaba. Y entonces hacíamos diferentes actividades. Yo participé en diferentes deportes. De ahí entré a la universidad. Estudié la licenciatura en contaduría pública.
Helen Flores: ¿En Santa Ana?
Yeyami Pineda: En Santa Ana, entonces el departamento de Santa Ana, El Salvador. Y gracias a Dios yo agarré licenciatura a contaduría pública porque siempre me ha gustado eso. Yo trabajaba para poder pagarme la universidad porque mis papás no podían.
Yo tuve que trabajar en diferentes formas porque entre los 18 añitos en las compañías todavía a uno no le daban trabajo. Yo me iba a trabajar con mi tío a llenar bolsas porque mi tío siempre le gustaba hacer regadíos de café. Después me salió otra oportunidad de trabajo en San Salvador, en un despacho contable.
Me fui para San Salvador, pero allá me tocaba pesado porque había que viajar desde Atiquizaya hasta San Salvador. Es como una hora cuarenta y cinco minutos. Había que irse temprano para poder estar temprano en el trabajo, porque uno a las siete y media ya tenía que estar en el trabajo.
Helen Flores: ¿Había bus también?
Yeyami Pineda: Había que llegar a la terminal. De la terminal se agarraba urbano. para llegar a las oficinas.
Helen Flores: Pero a pesar de estudiar y trabajar y que eso fue duro durante toda tu vida y de hasta la universidad, sé que también la universidad hubo un punto donde pasó algo especial, así que no todo era trabajo y estudio, ¿no?
Yeyami Pineda: En esa época yo conocí al papá de mi hija. Fue bien divertido como lo conocí porque su hermano…
Helen Flores: Suena como una historia, digo yo.
Yeyami Pineda: Su hermano era mi maestro de costos.
Helen Flores: Era profesor.
Yeyami Pineda: El hermano de él es licenciado, era mi profesor. Era mi profesor de costos. Él tenía, yo tenía varias amigas, pero había con una que me identificaba bastante y… él era novio de una amiga de la universidad. Una vez dijo que… Y salíamos así a veces a las discos con él y su novia, con mi amiga, pero sanamente a disfrutar. Una vez dijo que iba su hermano de aquí de los Estados Unidos y… Pues dijo que si podíamos salir para divertirnos y todo. Y pues le dijimos que sí. En plan de conocer a la gente, de convivir sanamente. Pues él llevó a su hermano de aquí y al principio todo fue bien divertido.
Era bien divertido salir con él porque cada día tenía una historia diferente. Uno terminaba las conversaciones con él con el dolor de las mejillas de tanto reírse porque era bien gracioso para contar sus historias. Estuvo dos semanas y siempre las veces que salíamos cada vez tenía una historia diferente. Era pura risa, era pura diversión.
Y pues la amistad fue bien bonita. Ya cuando a él le tocaba regresarse, pues lo dijo el profesor, el hermano de él, que si podíamos venir a dejarlo al aeropuerto. Y pues no coincidía con las clases, entonces él se venía temprano, lo vinimos a dejar. Pero lo extraño fue que cuando él vino al aeropuerto, todo tranquilo, todo normal.
Cuando ya él se fue, se despidió y nosotros podíamos ver los aviones. Cuando ya él se despidió y se fue para el avión, ya sentí ahí una cosa bien extraña que nunca lo había sentido, la verdad. Así como que alguien como que me hacía falta. Pero de todas maneras, pues nosotros siempre le dijimos que Dios lo bendiciera en su viaje. Y él se vino, y nosotros nos regresamos para Santa Ana con el hermano de él y su novia, mi amiga. Y lo extraño es que en el camino yo lo venía extrañando y lo extrañé y a mí nunca me había pasado eso.
Teníamos comunicación con él por medio de cartas porque yo no tenía teléfono, antes no había teléfono, sí había, pero pues yo no tenía ni los recursos para comprarme un celular. Y teléfonos en la casa, pues era bien rara la gente que tenía teléfono. Entonces nos escribíamos por cartas y así nos conocimos y… Después de dos años de conocernos, nos casamos. Nació Helen, fue una niña muy, muy, muy esperada. Entonces, cuando ella nació en El Salvador, cuando ya… Ella nació, pues sí, me dijo él que lo mejor es que ella se viniera para acá para que pudiera estudiar, que aquí las cosas eran mejores, lo cual es cierto. Entonces, él nos metió papeles y en cinco años nos salió la residencia. Gracias a Dios, mi hija y yo nos vinimos con residencia.
Helen Flores: ¿Y cómo fue venir a un nuevo país y qué es lo que más extrañabas de El Salvador?
Yeyami Pineda: Y extrañé al principio la comida. Sí, extrañaba a mi mamá, a mi papá, pero cuando ya pudimos, pues viajamos y gracias a Dios ya nos ha permitido viajar y estar allá con mi mamá, compartir por temporada nomás unas tres semanas porque hay que regresar. Hay que regresar porque uno aquí tiene ya su vida hecha. Ya después uno se acostumbra aquí. Sí se extraña. Se extraña el lugar de donde uno viene, de donde uno vive y todo. Pero cuando ya uno se acopla acá, ya es bien difícil soltar.
Despedida: Gracias por escuchar Radio Nepantla, la voz que traspasa fronteras. Los invitamos a escuchar el próximo episodio. Visita nuestra página web elnuevosol.net. Esta fue una producción del Nuevo Sol, el proyecto multimedia en español de la Universidad del Estado de California en Northridge. Música de Álex Bendaña. Hasta la próxima.
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