16 millones de estadounidenses adultos, 7 por ciento de la población, tenían en el 2020 un episodio de depresión.
Por HELEN FLORES PIMENTEL
EL NUEVO SOL
El momento en que escuché a mi mamá, con una voz temblorosa, decir: “¿Y qué tan avanzado tengo el cáncer?”, sentí todos los miedos del mundo llenarse en mi corazón.
Cuando uno piensa “cáncer”, piensas en dolor y muerte, ya que es conocida como unas de las enfermedades que pueden ser más mortales en el mundo. Así que mi primer pensamiento fue: ¿será que ya no tendré mamá?
Esto es injusto. No puede ser que mi mamá tenga una enfermedad tan horrible. De repente empecé a llorar y lloré como nunca antes lo había hecho. Lloraba por la incertidumbre de nuestra familia y por todo lo duro que mi mamá iba a pasar. Lo peor ocurrió en la época que empezaba lo más fuerte del COVID-19.
Pasó el tiempo y mi mamá empezó a ir a sus quimioterapias y radiación que eran casi de mitad del día. Ver a mi mamá sentirse mal por el medicamento me dolía. Yo la conocía como una mujer fuerte que siempre estaba activa, pero con su tratamiento era poco lo que podía hacer.
Esto significaba que tampoco podía cuidar de mi hermanito, quién en ese tiempo solo tenía 4 añitos. Ella no podía cuidarlo al cien y mi papá necesitaba ayuda. Él estaba cargando con casi la mayoría, así que me tocó ser la segunda mamá para mi hermanito y vestirlo, darle de comer, llevarlo a escuela y cuidarlo. A pesar de cuidar mi hermanito, estaba en mi tercer año de bachillerato, que era el más tedioso.
Convertirme en una segunda mamá, ayudar a mi papá, enfocarme en mis estudios y estar atenta al virus del COVID, lentamente empecé a tener pensamientos que no quería. Pensamientos tristes de que si algún día me pasara a mí lo mismo, que si de verdad mi mamá iba a seguir con la cirugía, que por qué tenía que tener tanto trabajo de escuela. Poco a poco empecé a sentirme ansiosa, triste y atacada por la vida.
Y de ahí empezaron los ataques de pánico; sentía como que me faltaba el aire, no podía dormir, me sentía temblorosa. Y supe que tenía que hablar con mi familia y platicar con alguien profesional sobre todos estos temas y emociones, y eso hice. Fui a terapia y, platiqué sobre todos mis temores y sentimientos y fui diagnosticada con depresión y ansiedad.
Al principio tengo que admitir de que no fue fácil aceptar que solo una persona profesional podía empezar ayudarme con mis pensamientos y emociones. Pensaba que todo esto que sentía y pensaba se me iba ir. Que solo era algo temporal. Que tenía que ser fuerte porque eso es lo que mi cultura hispana y mi familia me avían ensenado. Que todo pasa y que hay que ser fuerte. Y si lo intenté y no pude.
Era mucho para mí. Y no soy la única que piensa eso, de acuerdo con el sitio de la Alianza Nacional de Enfermedades Mentales (NAMI en inglés), “Como comunidad, los latinos son menos propensos a buscar consejería o tratamiento psiquiátrico para su la salud mental. Según la Administración de Servicios de Abuso de Sustancias y Salud Mental (SAMHSA, por sus siglas en ingles) en el 2020, solo 35.1% de latinos con una condición de salud mental recibieron ayuda profesional para el cuidado de su salud mental.” En otras palabras, uno de latino no quiere admitir que necesita ayuda. Pero puse eso a lado y decidí intentarlo.
Y después de unas sesiones, dije que era suficiente y que tenía que confiar en Dios y no dejar que lo oscuro me atacara mi mente. Y si pude. Porque después de unos meses me sentir mejor. Ya no tenía ese pánico ni tenía ya miedo. Ya no tenía esos pensamientos oscuros y lloraba menos. Al mismo tiempo mi mama también se pudo curar de su enfermedad también. Lo que también me ayudo fue saber que yo no era la única que parecía de esto, avían y hay muchos más.
Yo era sola uno de los 16 millones de estadounidenses adultos, 7 por ciento de la población, que tuvieron un episodio de depresión, de acuerdo con la Alianza Nacional de Enfermedades Mentales (NAMI en inglés). Así que mis mensajes son que si uno se siente sin un escape de sus emociones, si alguna vez uno se siente lo que yo sentí, lo mejor es buscar ayuda y no tenerle miedo a esa ayuda.
Si, yo sé y como lo eh dicho, nuestra cultura lastimosamente son a veces mente cerrada en estos temas. Y a uno le pude dar miedo decir que quiere ayuda, pero no lo tengas. Ir a terapia ayuda para muchas cosas, no significa que estes loco o loca o que seas inestable. Simplemente como humanos necesitamos que alguien mas nos ayude pensar mejor y en eso no hay nada de malo. Al fin de acabo es tu vida y tu salud no de la familia o comunidad. La terapia tampoco es la única opción de acuerdo la información del NAMI, hay otras más como medicamentos, terapia de estimulación mental y más. Siempre hay ayuda y nada dura para siempre. Siempre sale una luz entre la oscuridad.
