El coyote me había jalado muy duro, pero yo, con las ganas de ver a mi padre, no sentía el dolor.

Por JULIO CASTAÑEDA
EL NUEVO SOL

Estando en un monte viendo al horizonte, se veía un pueblo lleno de luces que daban la ilusión de un circo, y yo de pequeño, a la edad de cinco, no sabía lo que me esperaba cuando llegaríamos a la par de todas esas luces. Era el tercer día de estar caminando por tierras que eran desconocidas, lo único que me ayudaba a seguir era mi madre y la meta de poder reunirme con mi padre en EE.UU. El primer día de la excursión no fue tan dramático porque ese día solo me acuerdo estar en una casita con otras familias que también se estaban alistando para el viaje que determinaría el futuro que cada individuo, y uno que para muchos ha significado la muerte.

El segundo día era el de acción y experiencia que se quedaría conmigo, literalmente, cuando tuve que cruzar una carretera con carros viniendo a 50 mph. Las dos personas que me ayudaron a poder llegar al otro lado era un coyote y mi tío Santana, y antes de cruzar, me acuerdo que mi tío le instruyó al coyote que no me jalara el brazo porque de pequeño yo era muy débil por alguna razón médica, de acuerdo con mi madre. ¡En ese momento escuché al coyote gritar “Ya!” y empezamos a cruzar. Llegar al medio no fue problema, pero cuando logramos llegar al otro lado, uno de mis brazos se sentía muy caliente y algo no estaba bien. El coyote me había jalado muy duro, pero yo, con las ganas de ver a mi padre, no sentía el dolor.

Esa segunda noche, todas las familias tomaron diferentes rutas porque éramos muchos y con tantos cuerpos, los helicópteros de la migra nos hubieran detectado fácilmente. Mi tío también fue separado de mi mamá y de mí, y uno de los guías nos acompañaron. Esa noche me acuerdo estar bajo una espiga y teniendo que dormir bajo ella en medio de cerros donde se sentía como un desierto.

Los próximos días, mi mamá no era la misma y en mi mente solo importaba poder abrazar a mi padre otra vez, pero nunca me daría cuenta hasta mucho tiempo después de situaciones que dejarían a mi madre con llanto y dolor por lo que ella tuvo que pasar por ser mujer. La Asociación Psicológica de América provee este enlace a la Red de Recursos de Salud Mental para Refugiados que se dedica a ayudar a personas como mi madre y yo en el sentido de que hay muchos consejeros de familia que ofrecen sus servicios gratis para familias que han quedado traumados por las experiencias y situaciones de cruzar la frontera.

Las luces no eran un circo, simplemente un pueblo donde había una casa en que nos esperaba un camión que nos trajo hasta la ciudad de Los Ángeles, y ahora cuando le pregunto a mi mamá sobre esos días, ella inmediatamente empieza a llorar.

 



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Julio Castañeda
Hola, me llamo Julio Castañeda y nací en Honduras, donde estuve hasta los cinco años, cuando mi madre me trajo a EE.UU. En mi tiempo libre, me encanta tocar canciones en mi guitarra y procuro aprender una canción nueva para tocar cada semana. Como periodista estudiantil, me dedicaré a escribir sobre temas deportivos. Mi meta es de ser el próximo Fernando Valenzuela, el locutor no el ex lanzador de los Dodgers, y también mejorar la comprensión de la realidad para nuestros lectores. Lee mis artículos en El Nuevo Sol.






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