“A nadie le podía echar la culpa porque fui yo la que escogió no ponerle importancia a la escuela. Vi a todos caminar por la pasarela y recibir sus diplomas. Desde mi asiento en la ceremonia, yo estaba llorando”.
Por SANDY CHÁVEZ
EL NUEVO SOL
Mis padres siempre me decían: “dime con quién andas, y te diré quién eres”. A los 15 años, yo no tenía la capacidad mental para entender lo que ellos me decían con eso. Ahora, recordando todos los consejos que mis padres me dieron, puedo decir que ellos tenían razón, pero ¿cuál padre no sabe lo mejor para sus hijos?
Comenzando el noveno grado, conocí a mi mejor amiga; era el primer día en la preparatoria. Ella era la primera persona que me aceptó en su grupo de amigos, todos mis mejores amigos de escuela se fueron para otros institutos, estaba tan feliz por tener una nueva amiga. Ese día, ella me invitó a no ir a la clase y escaparnos. Yo tenía miedo porque nunca me salía de clase, pero acepté y me escapé con ella.
Después, se me hizo costumbre saltar las rejas de la escuela durante el lonche para ir a casa de nuestros amigos. Yo tuve multas por no ir a clase. La rebeldía resultó en 68 faltas en un semestre. Hasta le robé un teléfono a un profesor porque ella me lo pidió. Nos sorprendieron y estuve en libertad condicional por 5 años. Mi licencia la suspendieron hasta mis 21 años y todas mis notas eran “F”. Los estudios, la escuela, la preocupación de mis padres no me importaban. Así estuve por 3 años, pura destrucción. No me daba cuenta de cuánto mal me estaba haciendo a mí misma y a mis papás, quienes siempre estuvieron a mi lado en la corte, las juntas de la escuela y en la casa.
No fue sino hasta que les tocó a todos escribir un cheque de graduación cuando me di cuenta que todo en la vida tiene su consecuencia. Yo era la única en mi clase que no me iba a graduar, mi amiga ya se había ido de la escuela por mal comportamiento. El mundo se me vino abajo. Yo sabía que todo había sido por mi culpa. A nadie le podía echar la culpa porque fui yo la que escogió no ponerle importancia a la escuela. Vi a todos caminar por la pasarela y recibir sus diplomas. Desde mi asiento en la ceremonia, yo estaba llorando. ¿Por qué no les hice caso a mis padres? ¿Por qué no me di cuenta? Me sentí como una perdedora. Yo sabía que no era una joven mala, y lo sentía en mi alma, solo había escogido malos caminos.
El día de la graduación, hice la promesa que nunca iba sentirme así otra vez, auto fracasada. El dolor y trauma pudo quebrarme, pero decidí usarlo como alimento y cambiar todo en mi vida. Me logré graduar un año después, y dejé las malas amistades. Hoy soy estudiante en Cal State Northridge, ya casi terminando mi licenciatura.
No lo sabía en ese entonces, pero si no fuera por ese gran fracaso, nunca habría despertado y estaría muerta o adicta a las drogas. La moraleja es que podemos cambiar nuestros malos pasos y es relevante a muchos porque en la vida, si aprendemos de nuestros errores, es posible vivir una vida mejor.
Sin embargo, es triste darse cuenta que muchos estudiantes, en especial latinos, no tendrán la misma suerte que yo. Según el Centro Hispano Pew, 14 por ciento de los estudiantes latinos no terminaron la educación media en 2014, un promedio casi tres veces más grande que el de los estudiantes blancos, pero mucho mejor del porcentaje de deserción latina en los 90. No terminar la carrera, representa un menor ingreso anual de por vida equivalente al 43 por ciento menos que el de una persona con un título universitario. El Departamento de Educación tiene una serie de recursos útiles para padres de familia que quieren asegurarse que sus hijos terminen la educación media y puedan seguir en la universidad. Puede visitar estos recursos aquí.
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