Por TOMÁS RODRÍGUEZ
EL NUEVO SOL
Tengo 22 años y mi hermano tiene 21. A veces, mi mamá me cuenta cómo sería nuestra familia si mi hermano no tuviera síndrome de Down. Ella dice que nos imagina jugando juntos, estudiando juntos y también graduándonos juntos. Pero mi madre no lo dice con una intención mala. Desde que los doctores le dijeron que el bebé adentro de ella iba tener muchos problemas de salud, ella estuvo decidida a que nunca lo iba dejar. Él se llama José.
Cuando era niño, yo nunca imaginé qué tan diferente iba a ser crecer con un hermano especial a mi lado. Yo lo vi como un hermano normal, aunque a veces sí me daba un buen trancazo. Pero cuando andábamos en la calle, la gente siempre nos veía como si fuéramos extraterrestres. Nunca entendí por qué, hasta que el día que un compañero de la primaria me dijo: “¿Por qué tu hermano está así? ¿Por qué no habla? ¿Por qué tu hermano no es NORMAL?”
No supe cómo contestarle. En la escuela, había un departamento de educación especial. Decidí entrar para averiguar qué hacían diferente allí. Quería que saber por qué mi hermano era tan diferente desde la mirada de otros. Un maestro se paró enfrente de mí antes que pudiera entrar al cuarto. “Este salón no es para ti”, dijo el maestro. Le conté mi situación y me dejó entrar.
Entrando al salón, noté que no se veía como una clase “normal”. Había muchos colores, juguetes y hasta tres asistentes del maestro. “Este niño se llama Tomás”, les dijo a los estudiantes. “Él tiene un hermanito como ustedes”. Empecé a llorar cuando vi que casi todos se parecían a mi hermano. Un niño me preguntó por qué lloraba. Le contesté que se parecía tanto a mi hermano, pero que José no podía hablar. Ellos me trataron como un niño regular. Querían saber si me gustaba jugar, cuál era mi comida favorita y muchas otras cosas.
Cuando llegué a casa, les pregunté a mis papás más sobre mi hermano. Me dijeron la verdad. Desde que mi madre estaba embarazada, los doctores le dijeron que José no iba sobrevivir. Tenía complicaciones del corazón y hasta le preguntaron si quiera abortar. Mi mamá es cristiana y nunca pensó en hacer algo así. Cuando nació José, los doctores otra vez le dijeron que él se iba morir. “Pues si él se va a morir, prefiero llevarlo a mi casa”, mi mamá les dijo a los doctores.
El síndrome de Down es uno de los más comunes desórdenes de cromosomas. Cifras de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) indican que cada año en Estados Unidos seis mil bebés nacen con el síndrome de Down, lo que es equivalente a uno de cada 700 bebés recién nacidos.
Siempre voy a recordar ese día. Aprendí mucho, pero también me hizo humilde. Yo nunca uso palabras como “especial” o “mudo” para describirlo. Uso las palabras “vivo” y “feliz.” Veintiún años después, él sigue con la misma sonrisa desde que éramos niños.
Para más información sobre el síndrome de Down, visite la página en español de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC)
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