Cuando entré a la secundaria, muchos pensaban que era una mexicana más y sin documentos. Y no me molestaba que me dijeran mexicana, me molestaba lo ignorantes que eran, que dijeran que no tenía papeles, y que ni siquiera hicieran preguntas acerca de mí.
Por ARIANA DUEÑAS LÓPEZ
EL NUEVO SOL
El aeropuerto estaba lleno de personas. No era el mejor lugar para despedirse de todos los que esperaban mi partida. Mis amigos más cercanos estaban ahí. Se tomaron la molestia de escribirme cartas, o darme algo especial que me hiciera recordarlos.
Y así, después de varias horas de espera en el aeropuerto, me trepé al avión. Y luego de seis horas de vuelo llegué a Estados Unidos, hace seis años.
Las semanas después de mi llegada fueron muy duras. No sabía si estar triste por haber dejado mi país, o estar feliz por todas las cosas nuevas con las que me había encontrado. Me aislé de mis familiares, y pasaba mucho tiempo en mi habitación lamentando no estar en mi país. Estaba triste, sentía ansiedad y una nostalgia profunda.
Hubieron momentos en los que sentí frustración. Y comenzó cuando me di cuenta de que yo nunca quise dejar mi país. Era perfectamente feliz ahí, mudarme jamás pasó por mi cabeza, pero esa no era mi decisión.
Adaptarse a una nueva cultura o a un nuevo país, puede llegar a ser difícil. Un informe de Francisco Collazos explica que los estresores relacionados con la aculturación comienzan desde hacer una vida en una nueva cultura, el acceso a los servicios y productos relevantes a su cultura, hasta las actividades religiosas, la educación y las relaciones interpersonales.
En algunos casos las culturas pueden tener similitudes, pero en mi caso, muchísimas cosas eran diferentes a las que estaba acostumbrada. Desde el idioma, los medios de comunicación, hasta el clima.
Un informe de Sandhu y Asrabadi, 1994, explica que las personas que cambian de cultura, como los inmigrantes, experimentan unos estresores únicos. Estos pueden ser la pérdida de estatus, la marginalidad, la alienación, la discriminación, la fragilidad de la identidad cultural, los cuales se pueden llegar a convertir en preocupaciones que ayudan a crear más estrés.
Una de las cosas que más me impactó fue caminar por las calles sin sentir miedo. Y cuando digo miedo, me refiero a tener miedo a que me roben el teléfono, o la cartera, o a que me secuestren.
En cuestiones del idioma, ya estaba familiarizada con éste, pero no conocía la jerga o las expresiones informales que los californianos usaban. En muchas ocasiones me daba vergüenza hablar, por miedo a que el resto de personas no pudiera entender mi acento.
Cuando entré a la secundaria, hubieron ocasiones en las que otros estudiantes hicieron comentarios groseros debido a los estereotipos. Muchos pensaban que era una mexicana más y sin documentos. Y no me molestaba que me dijeran mexicana, me molestaba lo ignorantes que eran, que dijeran que no tenía papeles, y que ni siquiera hicieran preguntas acerca de mí.
Experimentar discriminación por razón de raza, religion or pertenencia étnica es una parte importante del estrés aculturativo, dicen los expertos.
Este choque cultural fue pasajero, y el proceso de adaptación fue largo. Creo que después de un par de años, después de haberme graduado de la secundaria, y haber entrado a la universidad fue que entendí mi propósito en este país y las oportunidades que se me habían dado y tenía que tomar provecho de eso.
Un ensayo escrito por Berry en el 2001, propone que el inmigrante puede acabar integrado, pero todo depende si es capaz de mantener la cultura de origen al tiempo que adopta la cultura dominante.
Hoy por hoy, puedo decir que me siento feliz. Este país me ha abierto las puertas y me ha llenado de oportunidades. Ecuador siempre será mi primer hogar, pero a Estados Unidos le guardaré un cariño especial.
Si usted, o algún conocido están sufriendo de estrés aculturativo, comuníquese con el Departamento de servicios para ninos y familias del condado de Los Ángeles, por más información y recursos.
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