A la primera vuelta que dio mi carro, yéndose para abajo de la autopista junto a la Presa de Sepúlveda, vi toda mi vida en un abrir y cerrar de ojos. En un segundo pensé que me iba a morir y cuando mi automóvil paró de dar vueltas, mi carro estaba de lado y estaba atrapada, no podía salir porque mi puerta estaba de cara al suelo.
Por CRISTAL CAÑEDO
EL NUEVO SOL
La mayoría de jóvenes tienen el hábito de mandar mensajes de texto cuando están conduciendo, sabiendo los peligros a los cuales se enfrentan. Muchas veces, uno está en apuros y tiene la tentación de mandar textos a la persona con la que va a reunirse.
En mi caso, estaba invitada a una fiesta en la medianoche, era una fiesta muy grande y edonde muchas grandes estrellas iban a estar presentes, pero tenía que arreglarme primero, lo cual toma mucho tiempo.
Ya que me tomé unas horas en arreglarme, la amiga que me había invitado me seguía llamando y apurándome para que llegara a tiempo. Y obvio, toda la gente que ya me conocen sabe que nunca llego a tiempo.
Eran las once de la noche cuando salí de casa, y al cambiar de autopistas, mi amiga seguía mandándome mensajes de texto y preguntándome en dónde estaba.
Andaba de prisa y estaba manejando con exceso de velocidad, tratando de hacer varias cosas a la vez, conduciendo y texteando. No era la mejor solución en mi caso, especialmente conduciendo con exceso de velocidad y tomando un curva cerrada en la cual perdí control de mi automóvil por tratar de enviar un texto.
Nunca en mil años pensé que me podía accidentar por mandar mensajes de texto y salí volando afuera de la curva cerrada. El momento que mi automóvil voló de la autopista a un lugar oscuro y abandonado, cerré mis ojos y sentí mi automóvil dando vueltas.
A la primera vuelta que dio mi carro, yéndose para abajo de la autopista junto a la Presa de Sepúlveda, vi toda mi vida en un abrir y cerrar de ojos. En un segundo pensé que me iba a morir y cuando mi automóvil paró de dar vueltas, mi carro estaba de lado y estaba atrapada, no podía salir porque mi puerta estaba de cara al suelo.
Estuve atrapada por quince minutos, usé toda mi fuerza para abrir la puerta del pasajero para salirme del automóvil. El primer pensamiento que cruzó mi mente cuando me estaba saliendo de el carro fue: qué tal si se incendiaba.
Al salir de mi automóvil, vi una luz y bomberos tratando de ayudarme a salir de la zanja en la que estaba. Cuando los bomberos me rescataron, ellos mismos no podían creer que me accidenté y que no tenía ninguna herida o golpe en mi cara.
En 2012, 3,328 personas murieron en accidents que involucraban conductores distraídos (muchos de ellos por el teléfono celular), de acuerdo con estadísticas nacionales de los Centros para El Control de Enferemdades (CDC). Los CDC también reportan que 69% de los conductores del país de entre 18 y 64 años admitieron que habían hablado en el teléfono celular mientras conducían en los 30 días anteriores.
Todavía me acuerdo que los bomberos me dijeron que tenía un ángel de la guarda que estaba cuidándome.
Después de que los bomberos me revisaron por si tenía golpes o vidrio en la cara, me dejaron hablarle a mi familia para avisarles lo que había pasado.
Al llegar a mi casa, corrí a abrazar a mi madre y empecé a llorar porque esa noche pudo haber sido el último día que la hubiera visto. Esa noche fue como una pesadilla que quería que se terminara rápido, pero no pude dormirme hasta que pasara unas horas, en caso que entrara en coma.
En vez de estar deprimida y enojada conmigo misma por lo que pasó, lo que sí aprendí fue que la vida es muy hermosa, y se debe apreciar, como a tu familia, porque es muy corta. No vale la pena estar enojada o triste.
Al día siguiente, estando alrededor de toda mi familia, estaba segura que mandando un mensaje de texto no era tan importante como para perder mi vida por una cosa insignificante.
Aprendí de esta experiencia que un mensaje puede esperar hasta que llegues a tu destino final.
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