De un momento a otro vi todo positivo, pues encontré escenas sublimes como grandes cascadas de agua que hicieron que la experiencia fuera maravillosa. Mis ojos capturaron imágenes de mariposas con aspecto extraño y flores exóticas. En algún momento me perdí y medité a solas, pensando en la belleza que jamás imaginamos que exista.
Por LAURA CAMELO
EL NUEVO SOL
El año pasado, por fin pude hacer realidad una aventura que siempre había soñado realizar en mi país natal, Colombia.
Sabiendo que no iba a ser fácil, mi deseo era explorar y recorrer la ciudad perdida en la Sierra Nevada de Santa Marta. Mi familia, mis amigos, todos trataron de cambiar mi opinión, pero yo estaba decidida a hacerlo. Encima de todo, la parte más difícil era tratar de convencer a mi familia que tenía que hacer este viaje sola.
Lo intenté una y otra vez hasta que lo logré. Una vez que los convencí, mi siguiente paso fue comenzar a investigar sobre la Sierra Nevada, la cual es un sombrero del sitio arqueológico estimado desde 650 años más antiguo que Machu Pichu (Perú).
También conocida como “Teizhuna (Teyuna)”, es uno de los más de 250 poblados antiguos de los cuatro grupos indígenas encontrados en la cara norte y suroeste de la Sierra Nevada de Santa Marta. La ciudad fue descubierta en 1976 por un equipo de arqueólogos del Instituto Colombiano de Antropología.
El día había llegado para comenzar un viaje de siete días a la Ciudad Perdida de Teizhuna.
Me encontraba llena de diferentes emociones y expectativas a lo que me iba a enfrentar. Al bajarme del avión en Santa Marta, mi corazón latió rápidamente y las palmas de mis manos estaban sudorosas, sin contar la cantidad de mariposas que sentía en el estómago.
El viaje comenzó en Santa Marta hasta el pueblo de Mamey, siendo éste el punto de entrada a la ruta del senderismo. Al momento de iniciar el recorrido, me encontré con mi grupo de excursionistas, con el cual compartiría los siguientes días de mi aventura.
Los únicos que hablábamos español éramos el guía y yo, quien era la única bilingüe.
Una vez advertidos de lo difícil que sería el recorrido, iniciamos nuestra aventura con entusiasmo. La caminata fue todo un desafío porque encontramos muchos altibajos debido a la topografía del terreno en dicha zona. A medida que avanzaba el día, el ascenso se hacía más fuerte, mis pies se deslizaban sobre el barro y al descender fue un poco más difícil por la forma en que el lodo me impedía mantener el equilibrio. Sentí que mis piernas temblaban a causa del largo trayecto de la travesía y muchas veces me cuestionaba por qué decidí hacer esto.
En este punto, yo quería regresar y rendirme, pero todo cambio. No todo fue dolor, sudor y barro. De un momento a otro vi todo positivo, pues encontré escenas sublimes como grandes cascadas de agua que hicieron que la experiencia fuera maravillosa. Mis ojos capturaron imágenes de mariposas con aspecto extraño y flores exóticas. En algún momento me perdí y medité a solas, pensando en la belleza que jamás imaginamos que exista.
En mi meditación, un niño indígena de la familia Kogi me abordó, exigiéndome caramelos o dulces. En medio del susto, le entregué lo único que tenía, una bolsa de nueces mixtas. De buena manera, la tomó y disfrutó cada una de las nueces y pasas que contenía la bolsa. Al verlo comer y saborear como si fuera el mejor caramelo del mundo, sonreí y me alegré, sintiendo en mi corazón una gran satisfacción.
Finalmente alcanzamos las ruinas de La Ciudad Perdida. Su impresionante belleza me dejó perpleja, casi sin respiración, y sentí que mi esfuerzo no había sido en vano.
La estadía en la Ciudad Perdida fue una experiencia inolvidable porque me encontraba aislada y perdida en medio de la naturaleza, olvidándome del regreso a casa que estaba próximo.
Esta caminata fue físicamente exigente y después de siete días me encontraba débil, deseaba una ducha de agua caliente, buena comida y sobre todo una confortable cama. La enseñanza que quedó plasmada en mi vida es generar en cada individuo un sentido de pertenencia y respeto por la naturaleza y el medio que nos rodea. Es de agradecer el aprendizaje que obtuve de la cultura indígena quienes hicieron posible que mi experiencia sea indescriptible.
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