Ensayo personal de una hija que vivió 16 años en El Salvador separada de su madre.
Por ALEJANDRA CRUZ
EL NUEVO SOL
Por 16 años fui una hija trasnacional: mi madre emigró desde El Salvador cuando yo tenía tres años para poder darme un mejor futuro, como tantos otros padres latinos que emigran a otros países y dejan a sus hijos con abuelos, tíos o hermanos.
A mí me crió mi abuelita. Ella me cuidó, me educó y me disciplinó. Pero cada decisión en la que me involucraba a mí era tomada por mi madre: la escuela a la cual asistir, el doctor que tenía que ver, hasta el día en que por primera vez me pude depilar las cejas.
Durante esos 16 años la comunicación fue muy difícil. En ese tiempo el Internet no era algo tan popular, así que mi madre sólo podía escuchar mi voz por algunos minutos y me veía crecer con las pocas fotos que recibía.
Recuerdo todos esos fines de semanas en las que esperaba ansiosamente sus llamadas. Y claro, la llamada más importante era la de mi cumpleaños y la caja que ella solía mandar con mis regalos.
Mi madre, como muy pocas madres, pudo regresar cinco años después a visitarme. Ella hizo lo imposible por verme. Pero sólo pudo estar pocos días. El día que ella regresó a Estados Unidos recuerdo que sentí un vacío enorme en mi corazón, creo que tenía la esperanza de que se quedara conmigo.
La primera vez que mi madre me pudo ver por una cámara Web fue cuando yo tenía 17 años. Mis hermanas me contaron que ella comenzó a llorar al verme. Ella no podía creer que me estaba viendo en vivo y en directo.
Hace tres años me pude reunir con mi familia por primera vez, y a pesar de que realmente no había tenido una relación con mi mamá y mis hermanas, yo sentía que las conocía de toda la vida. No niego que fue una transición difícil de un país al que conocí toda mi vida a otro que realmente no tenía ni la menor idea lo que me esperaba.
Aunque parte de mí no quería venir a Estados Unidos siempre recordaba el esfuerzo que mi madre había hecho para poder traerme. Realmente nunca consideré la opción de quedarme en El Salvador.
El primer mes en Estados Unidos sentí que sólo estaba de visita y disfruté el conocer Universal Studios, Disneyland y el comer en restaurantes casi todos los días. Pero cuando ya no era nuevo el estar en este país, me empecé a desesperar.
Todo empezó a cambiar. Nuevas reglas en casa, no tenía amigos y a pesar de que vivía en una casa llena de personas me sentía sola. Al parecer esto es común en todos aquellos que emigran a otros países pero yo me sentía tan sola que me enfermé. El médico me dijo que mi enfermedad sólo yo la podía controlar y que ninguna medicina podía curarme porque todo era emocional.
Hoy los papeles han cambiado. Dejé a mis tíos que fueron mi figura paterna durante mi crecimiento y a mis primos que fueron como mis hermanos. La comunicación con ellos no es la mejor que pueda existir, pero de vez en cuando hablamos. El Internet nos ha ayudado a mantenernos en contacto. Tengo cuentas con Facebook, Hi5 y Myspace además de correos con Yahoo, Gmail y Hotmail para poder comunicarme con ellos. Y mi nueva adquisición es una computadora portátil con cámara para que ellos me puedan ver.
Ya no me siento tan sola como antes pero todavía estoy en el proceso de acostumbrarme a mi nueva casa, familia y “amigos”.
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