Por ADOLFO FLORES
EL NUEVO SOL
Todos los días Angélica Berenice Rodríguez corta pelo en un salón de belleza y por las tardes estudia relaciones internacionales en la Universidad Autónoma de Baja California, México.
A veces se junta con un grupo de amigos los fines de semana y platican de sus vidas y siempre terminan hablando de la Casa Hogar Lirio de Los Valles. Todos ellos pasaron la mayor parte de sus vidas detrás del edificio blanco y azul, a cuadras de la playa en Tijuana.
“Es algo que me suena bonito porque tenemos tiempo sin vernos y cada uno hizo su vida diferente”, cuenta la jóven de 21 años con pelo rojo y sonrisa grande.
Un viaje a Tijuana con su hermana a los 9 años se convirtió en una pesadilla para Berenice. Trató de cruzar con papeles falsos pero fue detenida, ahí la separaron de su hermana y fue la última vez que vio a alguien de su familia. Pasó varias noches llorando por una familia que nunca regresó por ella.
“No guardo resentimiento de lo que me pasó porque tal vez la vida es diferente para todos y tal vez a mi me toco vivir y crecer donde crecí, tener las experiencias que tengo, conocer a la gente que conozco”, comenta Berenice.
Tampoco guarda resentimiento ni esperanza de poder encontrar a su familia algún día.
“Cuando estaba mas chica, mi gran deseo era regresar allá, mas que nada con mi familia, por estar con ellos… pero ahorita ya no, es como ya estoy aquí ya empecé algo, tengo que seguir adelante”.
El tema de inmigración y como afecta a las familias es algo que discute mucho en sus estudios y clases.
“La mayoría de la gente que se va a EE.UU. va a buscar una mejor vida y cosas así a veces no tienen sentido porque dejan a sus familias atrás”, señala Berenice. “Deberíamos aprender como superar con lo que tenemos en vez de romper el núcleo familiar que es lo mas importante”.
El impacto que tienen estas separaciones se ven en las calles y en instituciones, dice Berenice refiriéndose a los miles de niños que viven separados de sus padres. Ella se considera afortunada de haber llegado a la casa hogar.
Por haber tenido buenas oportunidades y apoyo en el orfanatorio, Berenice le gusta pasar parte de sus fines de semana con los niños que están en la casa hogar. Los lleva al parque o a la playa, es su manera de mantener una relación familiar.
Cuando entra al orfanatorio los niños la abrazan y gritan su nombre. Las niñas más grandes crean un círculo alrededor de ella riéndose y hablan con ella del trabajo, muchachos y la escuela. Es como una hermana mayor de casi 85 niños.
“Aquí nos tratan como una familia, es algo que en otros lugares no se ha dado”, dice Berenice. “Pero a la ves me sentía mal porque no es la misma atención que te puede dar un papá personalmente”.
Cuando asistía la preparatoria afuera de la casa hogar le daba pena decir que vivía en un orfanatorio. Hoy en día no le da pena decirlo, sino le da orgullo y le da risa cuando le cuenta a la gente y no le creen.
“Me dicen ‘nunca me hubiera imaginado’ o ‘estas bromeando,” cuenta Berenice poniendo su mano a la boca mientras se ríe.
Quizás dicen estas cosas porque piensan que una huérfana como ella no podría haber asistido una universidad, tener un trabajo estable o tener aspiraciones como aprender japonés para poder estudiar en Japón.
“El resto de los niños que son de una casa hogar no deberían de dejarse influenciar nomas por el lugar donde viven”, expresa Berenice. “Si no de verdad creer en ellos mismos y saber que ‘yo puedo salir adelante’”.