Por DIANA GARDUÑO
Desde hace nueve meses, Jonathan Larios con tan sólo 13 años, duerme y despierta en una casa totalmente diferente en la que vivía antes. En este hogar no vive una familia, sino piezas de un rompecabezas que las leyes de inmigración desarmaron.
En este lugar, este adolescente comparte sus días con otros nueve niños, que a pesar de sus cortas edades ya conocen la soledad, la angustia, y el miedo. La casa no solamente le ha traído a Jonathan un refugio sino también una esperanza. Está ubicada en el sur centro de Los Ángeles y conforma con otras dos, un proyecto creado para proteger a muchos otros pequeños como él.
Detrás de las redadas y el gran número de personas que han sido deportadas, existen hijos sin padres. Estos pequeños han sido olvidados y abandonados a su propia suerte. Para estos niñoz estadounidenses no existen derechos fundamentales, ninguno que les libre de que sean privados de la comañía de sus padres, si éstos no tienen documentos migratorios: “Les diría que paren la deportación, porque los niños sufren”, son las palabras que Jonathan le quisiera decir a los agentes de inmigración, que hace nueve meses le arrebataron a su mamá.
El pequeño y sus hermanos, Cristofer de 6, y Natalie, de 14, dormían sin saber que esa noche sería la última vez que estarían con su mamá. El siguiente día por la mañana inmigración llegó a la casa y deportaron a Erica a su país de origen, El Salvador.
Ese día quedó marcado en la memoria de Jonathan que al saber la noticia derramó un mar de llanto junto a sus hermanos. Lo primero que hizo, fue llamar a su papá que estaba ausente por cuestiones de trabajo, y al conocer la deportación de su esposa, admitió no poder cuidar a sus tres hijos, porque su trabajo de trailero no lo permitía.
Pero un día, un simple papelito le cambiaría la vida. Cuando encontró un aviso pegado por un voluntario, el Jonathan decidió tomarlo y marcar al número que aparecía anunciado. Se trataba de la Coalición Latinoamericana Internacional (CLI), organización defensora de los inmigrantes. Al otro lado del teléfono, el director ejecutivo de la CLI, Oswaldo R. Cabrera, escuchaba a su petición: “Me han robado a mi madre, la migra me robó a mi madre, yo ya no tengo madre…”.
Y así fue como Cabrera, a través de una forma que le autorizaba recoger a Jonathan y a sus hermanos, les regaló una luz de esperanza en ese rincón de oscuridad en la que estaban. CLI a través del programa Adóptame ahora está a cargo de ellos temporalmente mientras luchan para que en la embajada del Salvador le otorguen una visa a Erica, y entre a los Estados Unidos legalmente.
Este programa tiene como principal objetivo romper la distancia entre niños estadounidenses y padres que carecen un estatus legal. A través de este servicio, los niños pueden simbólicamente adoptar a sus padres que han sido deportados o que corren el riesgo de serlo. Algunas importantes autoridades como responsables de las Naciones Unidas y congresistas conocen el funcionamiento de Adóptame. El programa sigue en prueba en varias cortes estadounidenses han resuelto aceptarlo por razones humanitarias y criterios de sensibilidad.
“Es una discriminación, una falta de respeto a los niños estadounidenses por parte de los gobernantes de este país. Están cayendo en un gran error que es desproteger a los niños y violar derechos internacionales de a familia,” explica Cabrera, quien además nos cuenta que a instancias del programa, cuarenta mil niños en los Estados Unidos han “adoptado” a sus padres.
La familia es la base de la sociedad y si eso es rebatado, los niños que dibujarán algún día el futuro de este país estarán perdidos y crecerán problemas psicológicos y sociales. De acuerdo a la Doctora Italia Solozano: “Mientras más tardada es la restauración de la familia, más tarda la recuperación y las secuelas pueden ser permanentes, presentando un adulto con dificultad de desenvolverse y ser útil en sociedad”.
Al llegar a la casa hogar Jonathan, afectado por la deportación de su mamá, llegó a presentar desarrollo escolar deficiente y trastorno de conducta hacia la agresividad. Solozano explica que es necesario el tratamiento médico y psicológico; pero más que nada, el mejor tratamiento es la restauración de la familia para poder superar ese estado traumático.
Gracias a las terapias ofrecidas por la organización, Jonathan es ahora uno de los estudiantes más destacados de su escuela y, tal como afirma Cabrera, ahora camina como un gran soldado, listo para ganar la batalla: “Esta no es una ilusión, es un programa”, afirma. Y es precisamente por la ilusión de Adóptame que tanto Jonathan como el resto de los niños se levantan cada mañana, con la esperanza de que cada día esté más cerca el momento en que sus padres regresen a su lado.
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