¿Y qué dicen mis familiares que se quedaron en México?

Mi abuelo Crescenciano Romero, todavía recuerda los días de angustia que pasó al no saber nada de su hija María al momento que ella intentaba cruzar la frontera. Tuvieron que pasar 22 días para que pudiera escuchar su voz otra vez. Tuvieron que pasar nueve años para volver a verla en persona.

Por JANNETTE ALVARADO ROMERO
EL NUEVO SOL

La historia de cómo mis padres, el señor Gustavo Alvarado y la señora María Alvarado, cruzaron la frontera para venir a Estado Unidos es mi favorita. Siempre he creído poder escribir un libro y contar todas sus experiencias por ellos. No había detalle demasiado pequeño; me interesaba saber todo. Las historias de inmigrantes que dejan su país lleno de violencia y pobreza son historias que con frecuencia llenan nuestros oídos.

Las historias que nunca escuchamos, sin embargo, son las de las personas que no cruzan ese desierto árido, ni ese Río Bravo, pero ven partir a sus familiares y amigos. Yo estaba llena de anécdotas de las travesías de mis padres, pero no sabía nada de lo que pasaba al otro lado con las personas que los vieron partir.

Tuve la oportunidad de sentarme con una hermana de mi mamá y con sus papás, y me contaron cómo fueron sus vidas después que mi mamá dejó México.

Mi mamá, María, dejó atrás su extensa familia de seis hermanas, dos hermanos, una madre y un padre. Tiene 21 años que no regresa a Guadalajara, Jalisco en México, el lugar que la vio nacer y también la vio partir. “Gracias a Dios”, como dice, ella ha podido traer a sus papás de vacaciones para pasar tiempo con ella. Este mes pasado tuvo la dicha de tener en su casa a una de sus hermanas, Emérita Romero.

Mi tía Emérita tenía 14 años cuando mi mamá decidió emigrar a Estados Unidos. Cuando yo nací, en 1993, mis papás estaban pasando hambre y no podían mantenerse. Por medio de su hermano que vivía en California, mi papá, Gustavo, sabía que en Estados Unidos la vida era mejor. La solución a sus problemas era emigrar a Estados Unidos. Y así fue.

“Cuando tu papi dijo que él se iba venir, ella comentó que pensaba algún día alcanzarlo para acá porque quería conservar su matrimonio y que su niña tuviera papá, creciera en una familia”, dice mi tía Emérita. Esta fue la razón que mi madre les dio a sus familiares cuando decidió seguir a su esposo.

Mi tia Emérita; mi abuela Celina; mi madre, Maria; mi abuelo Crescenciano; mi primo Victor; mi hermana, Chelsea; mi padre, Gustavo; mi prima Fátima y yo. Foto cortesía de la familia Alvarado Romero / El Nuevo Sol.

Mi tia Emérita; mi abuela Celina; mi madre, Maria; mi abuelo Crescenciano; mi primo Victor; mi hermana, Chelsea; mi padre, Gustavo; mi prima Fátima y yo. Foto cortesía de la familia Alvarado Romero / El Nuevo Sol.

Emérita recuerda el año, 1995, cuando tuvo que dejar a su hermana y sobrina en el aeropuerto. Lo llama un día muy triste y difícil. Tenía miedo de que algo malo les pasara a su hermana y a su sobrina, pero la tristeza era más grande porque sabía que no las volvería a ver. Las razones que daban su hermana y cuñado para dejar su país no eran válidas para Emérita. Ella, hasta la fecha cree que, con un poco de sacrificio, Gustavo y María podían haber hecho una vida en México. Con el apoyo de sus familiares, Emérita asegura podrían haber salido adelante. Ahora que ella tuvo la oportunidad de venir a visitar a su hermana en Estados Unidos y ver la forma en que vive, con más razón cree que no valió la pena dejar su país.

“Yo insisto”, dice, “con el apoyo de la familia llegas a hacer más cosas. Yo no digo ‘oh, qué pobre’, pero [que] sí tendría más cosas”.

Emérita recuerda cuando su hermana pasó por una crisis médica y no podía estar con ella para apoyarla.

“Muchas veces sí lo comentábamos”, dice. ‘Pero si está así de mal, por qué no se viene. Aquí también hay trabajo, aquí también hay comida. Si no están logrando su objetivo en hacer bienes, pues que se regresen, no va pasar nada’. Pero sí se llegó a hablar de eso, de que era mejor que se regresaran”.

Mi abuelo Crescenciano Romero, todavía recuerda los días de angustia que pasó al no saber nada de su hija María al momento que ella intentaba cruzar la frontera. Tuvieron que pasar 22 días para que pudiera escuchar su voz otra vez. Tuvieron que pasar nueve años para volver a verla en persona.

Mi abuela, Celina Romero, habla con sentimiento y su voz se le quebranta al recordar la desesperación que sintió al no poder ver ni platicar con su hija por tanto tiempo.

“La desesperación de volver a encontrarnos, de saber”, dice. “Ya sin papeles ni uno ni otro ni como tener una esperanza tarde que temprano. No había esperanza hasta que ya fuimos al consulado a sacar la visa”.

El proceso de visas es un proceso caro, que si no se tiene el dinero es muy difícil financiar. Al pagar las cuotas y pasar por el proceso, si por alguna razón la visa es negada, el dinero no se regresa. A pesar de todas sus limitaciones, mis abuelos decidieron arriesgarse y solicitar. Su valentía valió la pena porque su petición fue aceptada y les otorgaron las visas.

Han sido varios viajes que han dado mi abuelo y mi abuela, pero al igual que mi tía Emérita, mi abuela Celina no cree que haya valido la pena que mi madre haya dejado México.

“Veo que la situación de pobreza es la misma”, dice. “Trabajan solamente para comer y vivir. No veo que hayan hecho bienes ni capital. Era solamente la ilusión de venir a conocer. Mucha gente va y platica muchas cosas bonitas de acá, entonces la gente se ilusiona y se viene porque acá les va mejor y viven mejor, pero es la misma”.

A comparación de mi tía Emérita y mi abuela, Celina, mi abuel Crescenciano cree que sí valió la pena que su hija emigrara a Estado Unidos.

“Después de tanto sufrir y tanto penar, sí valió la pena porque viven con más comodidad de lo que podían haber tenido allá”, dice. “Yo, a mi modo de pensar, sí creo”.

La historia de inmigración de mis padres sigue siendo mi favorita. Ahora, después de haber tomado tiempo y platicar con mi tía y mis abuelos, la prefiero mucho más. Antes sabía que mi papá dejó su país y su familia para poder comer. Ahora sé que lo hizo porque vio un mejor futuro para su familia. Siempre supe que mi mamá no quería que su hija se quedara sin papá y ahora comprendo que eso significó dejar a su familia que la amaba demasiado. Descubrí que no porque toda mi familia esté en otro país, me han olvidado. Ellos nos siguen recordando con el mismo amor que tenían cuando nos vieron partir. Y lo mejor de todo es saber que tienen la esperanza de vernos otra vez.

Mi tia Emérita; mi madre, Maria; mi primo Victor; mi abuelo Crescenciano; mi abuela Celina y mi prima Fátima. Foto: Jannette Alvarado Romero / El Nuevo Sol

Mi tia Emérita; mi madre, Maria; mi primo Victor; mi abuelo Crescenciano; mi abuela Celina y mi prima Fátima. Foto: Jannette Alvarado Romero / El Nuevo Sol


Tags:  Familias transnacionales Guadalajara Jalisco Jannette Alvarado Romero

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