Un nuevo futuro: La historia de un Dreamer que nunca se ha rendido

A Martínez no le gusta mostrar sus emociones, pero cuando recibió la carta de admisión de la Universidad del Estado de California en Northridge (CSUN), no pudo detener las lágrimas de felicidad.

Por TOMÁS RODRÍGUEZ
EL NUEVO SOL

Daniel Martínez, de 22 años de edad, nació en Tijuana, pero vivió de niño con sus abuelos en el estado de Guerrero en México. Daniel tenía una edad muy corta cuando sus papás decidieron emigrar al norte. Su papá se fue primero y después su mamá. Aunque no compartía una conexión emocional con sus papás, Daniel tenía una conexión financiera.

Después de 10 años, ellos decidieron que ya era tiempo de reunirse con su hijo mayor, Daniel. Él se despidió de sus abuelos para embarcarse camino a Tijuana para cruzar la frontera.

“Cuando yo venía en el avión hacia Tijuana, pensé que cruzar la frontera era una cosa muy fácil”, dice. “Mi papá y mi mamá me habían dicho: ‘es bien fácil, no vas a caminar mucho’. La cruda realidad fue que me costó venir, me agarraron varias veces. Hubo momentos cuando dije que yo no quería ir, prefería regresar a Guerrero”.

Martínez pasó seis meses en Tijuana intentando cruzar la frontera. Pero después de varios intentos, logró su objetivo.

“Por fin llegué a Tijuana para hablar con mis papás”, dice. “Mi mamá lloró cuando le dije lo que pasó. Ella pensó que me había pasado algo. Lo peor que puedes imaginar es que lo habrán matado”.

Daniel había visto las autoridades de la frontera asaltar a los inmigrantes. A él le robaron, pero tuvo la suerte que no le hicieron ningún daño físico. Su mamá estuvo cerca de ir a México a traer su hijo, pero Daniel le aseguró a su mamá que iba tratar otra vez.

“Me tocó madurar a una cortad edad”, dice Martínez. “No vivir con mis papás por un buen tiempo te hace reflexionar en varias cosas”.

Daniel por fin llegó a Caléxico en Estados Unidos en noviembre de 2009. Después de llegar a las 12 de la noche a Riverside, su guía le dijo que iba ver sus papás en unas horas. A las tres de la mañana, por fin llegó a su casa en Los Ángeles.

“Cuando los vi, no supe cómo reaccionar”, dice. “Mi mamá mi vio y empezó a llorar, y mi papá nada más me siguió viendo”.

Daniel Martínez es vicepresidente de Dreams To Be Heard de CSUN. Foto de Tomás Rodríguez / El Nuevo Sol.

Para Martínez, es difícil mostrar emociones. No quiso llorar por que se sintió fuerte y ya maduro.

“Yo ya tenía esa mentalidad”, dice. “Cuando vine por acá me dije que iba a estudiar, los voy a sacar adelante. Cuando me gradúe, voy a agarrar un buen trabajo, si es que puedo agarrar un buen trabajo”.

Sus papás trabajaron desde una edad muy joven y por eso, desde el momento en que Martínez llegó a Los Ángeles, decidió dedicarse a ayudar a su familia a sobresalir. Él desea que sus papás ya no trabajen más.

En su primer año en la preparatoria en Hamilton High School en Culver City, Daniel tuvo que tomar clases de ESL. Sus clases consistieron de álgebra, geometría y dos clases de inglés como segunda lengua, conocidas en inglés como ESL.

“Yo siento que todavía no lo domino”, Martínez dice sobre el inglés. “Cada vez que hablo, tengo un acento”.

Había asistentes de maestros que también le ayudaron a aprender el inglés. Se graduó de la preparatoria en cinco años.

Martínez pensó que se podía inscribir en la universidad como en México. En ese país, los estudiantes necesitan comprar una ficha de la universidad a donde quieran ir. Después de hacer esto, la escuela llama al alumno para que se presenten a tomar un examen de admisión.

“No sabía nada del Dream Act o de AB 540, no sabía nada”, dice. “Hubo un momento en que dije que cuando salga de la prepa, me voy a poner a trabajar. Yo ya no me veía en la universidad porque mi solicitud de ingreso fue apresurada. Hice todo al último momento”.

El plan de Martínez fue atender el Colegio Comunitario después de trabajar un año. Pero su amigo le enseñó que sí era posible llegar a la universidad.

Le explicó los beneficios del Dream Act, mediante el cual puede recibir ayuda financiera. También se inscribió en EOP, un programa que ayuda los estudiantes de primera generación en la universidad.

A Martínez no le gusta mostrar sus emociones, pero cuando recibió la carta de admisión de la Universidad del Estado de California en Northridge (CSUN), no pudo detener las lágrimas de felicidad.

“Cuando recibí la carta, yo lloré”, dice. “Mi papá me ha dicho que de lo que yo haga, es para mí y no para ellos. Pero yo siento que lo que yo haga es para ellos también”.

Daniel Martínez muestra la carta de admisión de la Universidad del Estado de California en Northridge (CSUN). Foto de Tomás Rodríguez / El Nuevo Sol.

Desde esa perspectiva, Martínez sigue luchando fuerte para poder sacar a sus papás adelante. Tres años después, él es un estudiante de tercer año en CSUN.

Recibe becas para pagar sus clases, pero también trabaja como mesero en un restaurante en Santa Mónica. Antes trabajaba cinco días, pero sus calificaciones bajaron y ahora nada más dedica los fines de semana a trabajar.

Aunque Martínez ha vivido en EEUU sus últimos seis años , teme que algún día lo puedan deportar.

“No es miedo que tengo, pero más como desesperación”, dice.

Él se siente como un criminal nada más porque no tiene papeles. Trató de solicitar DACA, pero no pudo calificar por la acción deferida porque llego después de 2007.

La única persona que tiene papeles en su familia es su hermana menor de nueve años. Ella es ciudadana y está ahorita en el tercer grado. Martínez sabe que es importante hablar sobre lo que pasar en caso que deporten a su familia.

“Yo me considero un activista”, dice. “Siempre ha tocado esos temas de inmigración, de tener un plan. Aquí, los únicos que van a salir perdiendo somos nosotros. Para mí es más fácil hablar de esto y sacarlo a la luz a que no estemos preparados. Yo le ha dicho a mi familia si no lo hacemos, no vamos a saber qué hacer”.

En caso que su hermana se quedara sola, su familia ya tiene a alguien que la lleve a su casa que tienen en Tijuana. A pesar de todo esto, Martínez nunca piensa en regresar a México.

“Yo ya no me veo viviendo en México ni haciendo un futuro allí”, dice. “Yo siento que este país es mi casa. Desde que llegue aquí, he estudiado, y todo lo que ha hecho ha sido aquí. El día que me lleguen a deportar, no voy a saber qué hacer porque mi infancia la pasé allí, pero mi transición a madurarme, me la pasé en este lado”.

Martínez es el vicepresidente de Dreams to be Heard, un club estudiantil que apoya a la comunidad indocumentada dentro de CSUN con becas, una comunidad y mucho más. Él trabaja en el Dream Center, un centro de recursos para estudiantes con o sin papeles, por varias horas a la semana. Allí ayuda estudiantes que tal vez se encuentren en la misma situación que él.

“Necesitas infórmate”, dice. “Como persona indocumentada, siempre me han dicho que tenga cuidado con la policía. El problema del país, no somos nosotros, pero esa misma noción de que la gente piensa que nosotros somos malas personas a veces nos la creemos nosotros también”.

Esta misma noción es más fuerte que nunca bajo la presidencia de Donald Trump. Martínez asegura que la lucha sigue y que, más que nunca, es importante seguir trabajando para su familia.

“Venir de un país y empezar de cero aquí no es fácil”, dice. “Tienes que pelear porque no sabes el idioma, no sabes en que vas a trabajar, estás dispuesto a trabajar a cualquier trabajo. No te importa la humillación que pases porque lo haces para tu familia”.


Tags:  CSUN Daniel Martínez Dreams To Be Heard Guerrero

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Tomás Rodríguez
Mi nombre es Tomás Rodríguez y soy chicano. Con raíces oaxaqueñas, siento que soy parte estadounidense y parte indígena. Me interesa escribir sobre las historias de los Dreamers y sus luchas y logros. Me encantan los deportes (especialmente el béisbol y el futbol) y también soy un fotógrafo. Para ver más de mi trabajo visita mi sitio: Disclosurepoet.wordpress.com Mi trabajo en El Nuevo Sol está aquí.




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