Dos de cada tres niños en Estados Unidos están expuestos a violencia y trauma, en muchos casos debido a violencia doméstica, y siete millones de niños viven en casas en donde hay extrema violencia de pareja.

Jéssica Castellanos, de niña, con mamá y papá. El Nuevo Sol.

Jéssica Castellanos, de niña, con mamá y papá. El Nuevo Sol.

Por JÉSSICA CASTELLANOS
EL NUEVO SOL

Mis padres maduraron frente a mí tan rápidamente que a veces sentía que mi niñez ocurrió en mi imaginación. Aunque mi padre nos había abandonado hace más de una década, los abusos aún continuaban. Las memorias de los gritos, moretones y lágrimas nunca se borran.

Recuerdo un día que mi papá Jesús nos corrió de la casa a mi madre, Evelyn, a mi hermana, Nathalie, y a mí. Borracho y loco le gritaba a mi mamá que se apurara. Mi madre, con la cara hinchada, me agarró de la mano y no miramos atrás. Desafortunadamente, esta no fue la última vez que ocurrió algo así. Tras el alcohol y la violencia, nació un sentimiento complicado en contra de este hombre con el que compartía un apellido.

Mi madre finalmente dejó a mi papá después de una hija más y de que todas teníamos golpes en nuestros cuerpos pequeños. No estaba físicamente en nuestra casa, pero su presencia todavía llenaba el ambiente. Ella siempre nos recordó que él era mi padre y seguía siendo un ser humano.

La organización Futures Without Violence estima que dos de cada tres niños en Estados Unidos están expuestos a violencia y trauma, en muchos casos debido a violencia doméstica, y que siete millones de niños viven en casas en donde hay extrema violencia de pareja.

“Es tu papá, y todavía van a tener una relación de padre e hijas”, decía mi mamá

A los seis años, descubrí que me daba miedo papá Jesús, pero mi corazón latía con felicidad al verlo cuando él me daba el privilegio de su visita. Aseguraba que era su princesa bella, y a la misma vez me decía que mi mamá era sucia y estúpida. Nunca perdía la oportunidad de recordarme que era la culpa de ella que ya no éramos una familia completa. Sus palabras sembraron un odio no solo contra él, sino también contra la mayoría de los hombres que algún día llegarían a mi vida.

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Diseño: Diego Lorey

Un día, cuando tenía 17 años, en el primer día de clases, oí: “Jéssica Hernández”, y dos de nosotras levantamos la mano. Pensé en ese momento que esto era muy chistoso. Más adelante, en ese día, decidí contárselo a papá Jesús. Casi no teníamos nada de qué hablar, pero cuando le contaba sobre mi vida, solo quería que estuviera orgulloso de mí.

“¿Sabes qué, papá? En mi clase hay otra niña con mi nombre y apellido. Sé que es común, pero nunca me había pasado hasta ahora”.

“Sí, mi’ja, el nombre es común, pero es el nombre de tu familia. Este es un nombre noble, y tú y yo siempre lo vamos a tenerlo junto a nosotros. Mira el nombre de tu mamá, Castellanos. ¡Tu abuelo era bien creído, m’ija! Ellos se creían tanto con ese nombre español. Y ¿para qué?”

“Sí, papá”, dije con miedo.

De nueva cuenta, papá cambiaba una conversación simple a una llena de insultos. Como me decía mi mamá: “mala yerba nunca muere”. Le miré la cara arrugada y con pelo blanco, y me dije a mí misma que él nunca iba a cambiar.

El día que fui aceptada a la universidad, otra vez fui en búsqueda del orgullo de mi papá. Esta vez, ya era una mujer de 21 años, y más preparada contra la vida.

“Papá, ¡ya me aceptaron en CSUN!”, le dije con mucha felicidad en mi voz.

“¡Qué bueno, m’ija! Tu mamá y yo sacrificamos mucho para que lograras esto”.

En ese momento, ya no le tuve miedo. Miré a mi papá, ahora con un bastón y lentes gruesos, pero con el mismo ego.

“Tú no sacrificaste nada. Fue mi mamá. Ella fue la que nos dio de comer, y nos cuidó todos estos años. Tú no me conoces. Fracasaste como papá. El tiempo se acabó, señor. Deja de pretender”.

Dos años después de ese momento, decidí alejarme de todo el daño que nos hizo. Tomé la decisión de quitarme el Hernández. Ese nombre que él también tenía, el nombre que significaba que él y yo estábamos emparentados.

Fui a la corte superior y pedí un cambio legal de apellido. Castellanos es mi verdadero nombre. El nombre de la única persona que me cuidó. El nombre de la mujer con que conoce cada una de mis lágrimas, historias y triunfos.
Pensé que iba ser muy fácil, pero fue lo contrario. Al firmar los documentos para finalizar los tramites, sentí como si traicionaba a Jesús. Pero de un momento al otro, recordé que el día anterior mi mamá vino a mi cama y me cobijó, me besó y me puso mi mapache de peluche en el pecho, como si fuera una niña chiquita.

Tomé la pluma y firmé ese documento, Jéssica Elise Castellanos

Si usted o alguien que conoce a niños y jóvenes que son testigos o son directamente afectados por violencia domestica, busque ayuda en estos sitios:

Cortes del estado de California en español

Child Welfare Information Gateway en español

Futures Without Violence


Tags:  cambio de apellido CSUN Jéssica Castellanos Jéssica Hernández Violencia doméstica

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Jéssica Castellanos
Encantada de conocerte, soy Jéssica Castellanos . Me fascina escribir y leer sobre los temas de derechos de las mujeres. En mi tiempo libre me gusta coser, tejer y pasar tiempo con mi familia.




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